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Juliana Jiménez Sierra
Marcela Lozano Andrade
Marco Vera

domingo, 18 de mayo de 2014

Memoria Histórica: El Salado

Memoria Histórica

La recuperación de la memoria histórica es esencial para lograr la salud mental en aquellas mayorías populares que han sido violentadas y en general, en toda persona que haya sido víctima de la violencia. Es un compromiso que tenemos todos con las víctimas y las víctimas con ellas mismas. Es la manera de evitar el olvido y de prevenir que hechos atroces ocurran de nuevo.
Aparte, el proceso de construcción social de la verdad histórica, es un proceso de participación democrática lleno de contenidos políticos y propuestas para la transformación de las sociedades afectadas en la cual estas van a sentir ser  importantes para el gobierno. Además, con el esclarecimiento y la verdad se va a tener una base sólida y clave para superar la impunidad  de los hechos, así como, su no repetición.

Cuando nos referimos al hecho de recuperación de la memoria histórica, nos estamos refiriendo a una necesidad de que se esclarezcan los hechos y episodios más oscuros del conflicto armado que han sido callados o escondidos durante mucho tiempo por diferentes intereses.

En otras palabras, el hecho de "recordar, es decir, la acción de hacer memoria, y las narraciones que de ella se desprenden no son una simple discusión verbal que intenta reconciliar versiones distintas de eventos acontecidos en el pasado, es la acción que empodera a las mayorías populares, a las víctimas y a sus familiares, de decir y decirse justicia y que va moldeando un conjunto de actitudes practicas, cognitivas y afectivas, que posibilitan una verdadera reconciliación social” (Gaborit, 2006, p.1). Es por esta razón que el hecho de recordar dichas acciones que generaron tanto sufrimiento para una sociedad tiene tanta importancia, ya que de esta forma se podría llegar reconstruir la historia desde las víctimas y no seguir creyendo en aquello que el Estado o incluso los paramilitares han querido que creamos.

La masacre del Salado fue una de las masacres de mayor impacto realizada por los paramilitares. Sin embargo, estos últimos argumentan que fue un combate normal y necesario que evitaría daños más grandes en la posteridad. La respuesta del Estado ante la afirmación de los paramilitares es aún más desesperanzadora: poco después de la masacre, el Fiscal General de la Nación en el año 2010, el Doctor Alfonso Gómez Méndez, afirmó que no se trató de un combate sino de una masacre clásica realizada por los paramilitares ¿cómo es posible otorgarle tal grado de naturalidad a una masacre que acabó con uno de los pueblos más prósperos de Colombia? No obstante, esto permite entender la razón por la que no hubo una condena moral contra los victimarios, ni un soporte y ayuda contundente a las víctimas, pues si la violencia se ha vuelto un acto tan natural y normal entre nosotros los colombianos, ¿qué nos motivaría a intervenir y reparar el tejido social de esta comunidad?

El Salado, no es el único pueblo con un pasado oscuro, ya que gran cantidad de sociedades latinoamericanas han sido o siguen siendo abatidas por la violencia. Si no retomamos la memoria histórica, si como pueblo decidimos olvidar las atrocidades ocurridas, decidimos quedarnos con la versión que el Estado nos ha vendido, volveremos a caer en los mismos errores. Recuperar la memoria histórica es ser responsables con nuestro pasado, presente y futuro, es reconocer que hemos fallado en el pasado, y comprometernos con cambiar para que no vuelva a suceder. Las víctimas del Salado, en el documental “El Salado: Rostro de una Masacre” afirman que ya habían ocurrido incidentes en la zona y que por tanto, ellos ya estaban alertas frente a cualquier indicio de que algo podría ocurrir. Pensaron incluso que El Estado ya estaba también alerta y que los helicópteros que sobrevolaban la zona eran del Ejercito, pero ¿Dónde estaba el Estado? ¿Cómo es posible que el Estado no intervenga de manera preventiva con un pueblo que está en medio de dos grupos armados? Sin embargo, la ayuda del Estado no se vio ni antes ni después de la Masacre.

En el 2011, el presidente Santos reconoce que en la Masacre del Salado hubo omisión por parte del Estado, como parte de su discurso durante la entrega de títulos de propiedad a 63 familias del corregimiento. La ayuda brindada por El Estado siguen enmarcada en el plano del asistencialismo y como no recordamos, no vemos lo que la historia nos muestra, seguimos dando sólo ayuda asistencialista. No obstante, la pérdida más grande no estuvo en el plano material, sino en el psicológico, quedó en ellos un gran trauma psicosocial, se desdeñó el tejido social y la vida comunitaria.

Aunque, los saladeros no sucumben tan fácil, afirman que mientras estén unidos nadie los vencerá (Documental, El Salado: rostro de una masacre). Son fuertes como colectividad y esto lo demuestra su retorno al Salado, ya que se ayudaron mutuamente para reconstruir un pueblo que había quedado irreconocible. Hubo por ejemplo una niña de tan sólo 10 años de edad que se dispuso a ser la profesora del resto de niños que llegaban al pueblo (Documental, El Salado: rostro de una masacre).

El pueblo de El Salado ha demostrado ser un pueblo valiente, sobreviviente y que sigue firme caminando por sus sueños. Sin embargo, nosotros como colombianos debemos apoyarlos y una de las formas de hacerlo es reclamando justicia al Estado. La justicia, el reconocimiento de los victimarios y de las víctimas es necesario para la reparación del tejido social. Las víctimas necesitan sentir que se ha reconocido lo sucedido, que se ha escuchado su verdad y que quienes han sido responsables de las atrocidades están pagando por ello. Es decir, se requiere de responsabilidad institucional, restitución social y dignificación de las víctimas (Gaborit, 2006).

Es necesario recordar el concepto de polarización planteado por Martín Baró, ya que explicaría una de las razones de esta necesidad del pueblo del Salado, existe entre los saladeros y los paramilitares una distancia extrema: los paramilitares son para los campesinos “ellos”, unos seres completamente diferentes a ellos mismos “nosotros”. Siendo “ellos” los malos y “nosotros” los buenos. Así pues, las personas del Salado necesitan que “ellos” sean justiciados porque son los malos, “los perros hijueputas”, como se refiere una de las víctimas en el Documental: El Salado: Rostro de una masacre y es impensable que estén en libertad después de haber cometido semejante atrocidad. El hecho de que la masacre del Salado no haya sido justiciada, le da a las víctimas, la sensación de que no le importan a nadie y que han sido olvidadas.

Es por esto que todo producto que rescate la memoria histórica está aportando a la salud mental de las víctimas, les está dando un espacio en la colectividad, les está demostrando apoyo y solidaridad.

De igual forma, durante esta masacre ocurrió un fenómeno muy particular y era que los paramilitares en muchas ocasiones asesinaban a campesinos bajo el pretexto de que ellos pertenecían o que estaban a favor de grupos guerrilleros, demostrando así cómo esta violencia generó una polarización total en dos bandos y que de algún modo, eran obligados a tener cierta afección hacia uno de los dos grupos; si no era paramilitar, indispensablemente de que no tuviera intereses políticos ni sociales por ninguno de los dos grupos, se catalogaba como parte del bando contrincante; la guerrilla. Es justamente esto lo que menciona Mauricio Gaborit (2006) cuando establece que "se las coaccionaba a afirmar, por la mera necesidad de la supervivencia, una forma de vida contraria a sus convicciones, rompiendo así́ la unión lógica que debe existir entre vivencia subjetiva y realidad social” (Gaborit, 2006, p.11). Es así como una mentira podría llegar a ser la única forma de supervivencia, ya que así no fuera afín a los ideales de alguno de los dos grupos, se tenía que pertenecer para poder salvar su vida, y es precisamente esto un indicador de agravamiento en la vida de un ser humano como lo establece Martín Baró, ya que él afirma que cuando una mentira debe ser asumida como si fuese una verdad y como parte de la vida cotidiana del ser humano, traería consecuencias fatales en su existencia y traería consigo una confusión ética y vivencial.

Mauricio Gaborit (2006) afirma que existen dos intencionalidades y, por lo tanto, al menos dos maneras de entender los hechos históricos. En primer lugar están  los familiares de las víctimas, a quienes su necesidad radica en el hecho de saber qué sucedió́, cómo, cuándo, dónde, quiénes y, finalmente, porqué (Gaborit, 2006, p.13).  A ellos lo que más les interesa es saber cuáles fueron esos eventos que generaron o que tibiaron tal impacto sobre su vida que les implicó un cambio drástico en ella. Es así como innumerables testigos en sus declaraciones han hecho referencia al olvido y a la falta de verdades que ha realizado el gobierno con ellos, ya que muchos afirman que el gobierno se olvidó por completo de ellos y que nunca se comento lo que verdaderamente ocurrió en El Salado.

Por otro lado están los verdugos o victimarios a quienes les interesa principalmente es ocultar dichos acontecimientos, es decir; dejar en el olvido lo ocurrido y de esta manera generar una "desmemorización de lo acontecido, por tres razones fundamentales: la primera tiene que ver con el ejercicio del poder; la segunda con la apropiación del imaginario colectivo, que permita y tolere la impunidad; y la tercera con los esfuerzos para reducir la salud mental a la propia y, por lo tanto, retener solo para sí espacios de sanidad"(Gaborit, 2006, p.13). Es así como los paramilitares que han declarado y que han dado sus testimonios quizás han omitido significativamente gran parte de los hechos ocurridos en El Salado y que de este modo su versión sea totalmente distinta a la de las víctima. De esta manera, es preciso afirmar que el olvido no es más que un ejercicio netamente ideológico, en donde se busca algo en particular que favorezca a alguna de las partes.

En conclusión, la recuperación de la memoria histórica de la masacre del Salado, es la forma en la que nosotros como colombianos, rompemos con la mentira institucionalizada y le damos espacio a la versión de las víctimas.
Es la manera en la que decimos: no hemos olvidado y no estamos dispuestos a olvidar. Reconocemos lo que sucedió en el Salado y también somos conscientes de las falencias del Estado y de nosotros como el pueblo Colombiano. Somos conscientes que hemos fallado como pueblo también. Nos preocupamos por las víctimas y no estamos satisfechos con ayudas asistenciales. No nos basta con la desmovilización en el 2005 de 594 paramilitares. Sabemos que El Salado era un pueblo próspero y que de las 7000 personas que vivían allí, tan sólo han vuelto 750. Sabemos además que más de 3000 desplazados siguen esperando en medio de la marginalidad el cumplimiento de las obligaciones del Estado. Sabemos además, las potencialidades del pueblo del Salado, su unión, su fortaleza y nuestra intención con este producto es decirles que no están solos y menos en el olvido, que hay personas que aunque desconocidas para ustedes, los recuerdan y trabajan por el bienestar de las mayorías populares.


Referencias:
Gaborit, M. (2006) Memoria histórica: Relato desde las víctimas. En: Revista Pensamiento Psicológico 2(6), pp. 7-20. 


Gaborit, M. (2006), Memorias de la Cátedra Internacional Ignacio Martín Baró,Recordar para vivir: El papel de la memoria dolorida en la transformación del imaginario social y de la identidad. Pontificia Universidad Javeriana Bogotá. (2006)

Documental El Salado: Rostro de una Masacre.

martes, 22 de abril de 2014

El Salado



El Salado es un corregimiento que se encuentra ubicado en El Carmen del Bolívar, localizada en la Costa Caribe de Colombia. Igualmente, a El Salado se le conoce como la capital tabaquera del Caribe debido a que esta era el principal método de obtención económica de la zona y porque fue aquí conde se comenzó cultivar y a procesar el tabaco. 


Asimismo, la región Montes de María es considerada como una extensión de la Serranía de San Jerónimo de la Cordillera occidental, ubicado hacia la zona central de Bolívar y Sucre en el Caribe colombiano. Esta región es conformada básicamente por quince municipios dentro de los cuales se destacan Córdoba, el Guamo y San Jacinto , entre otros. Esta zona geográfica del Caribe colombiano está dividida en tres zonas geográficas, la primera correspondiente a una zona plana ubicada entre la carretera Troncal de Occidente y el río Magdalena. Aquí el principal mecanismo de subsidio económico hace referencia a la ganadería y la explotación maderera. La segunda zona corresponde a una zona montañosa ubicada entre la carretera Transversal del caribe y la troncal de Occidente, zona donde la economía campesina tuvo un auge significativo. Por último, la tercera zona corresponde a la franja del litoral localizada hacia el occidente en el Golfo de Morrosquillo (San Onofre). 



Con respecto a las tabaqueras de esta zona, salieron de El Salado en el año 1997 luego de la masacre de dicho año en marzo, sin embargo, el cultivo de tabaco no concluyó en dicho momento ya que sus habitantes continuaron con la producción del tabaco y lo comercializaron en el corregimiento de El Carmen Bolívar. Este hecho generó un deterioro notable en la economía de la región debido a que dicha comercialización se llevó a cabo a través de intermediarios.

lunes, 21 de abril de 2014

La masacre

Las masacres son una modalidad de violencia, con un claro y contundente impacto en la sociedad civil. La masacre de El Salado ocurrida entre el 16 y 21 de febrero del 2000, es considerada como una de las escaladas de violencia más sangrienta y notoria, ejecutada por los paramilitares en Colombia entre 1999 y 2001. Durante este lapso de tiempo, en la región de Montes de María hubo 42 masacres, que dejaron más de 354 víctimas. Estos eventos fueron percibidos como una marcha triunfal por parte de los paramilitares (Machado, et al., 2009).




Durante la masacre, 450 paramilitares llegaron al territorio, los helicópteros sobrevolaban la zona, los pobladores habían sido concentrados forzosamente y en general, el corregimiento había sido encerrado.

La masacre del Salado ha sido considerada como una estrategia paramilitar, cuyo objetivo presunto era alcanzar mayor control sobre el territorio y la población, haciendo uso de la violencia y el consecuente terror. Esta estrategia paramilitar comienza a gestarse en los años noventa, con masacres como la de Trujillo (Machado, et al., 2009).

Esta masacre fue planeada en su gran totalidad en la finca conocida como El Avión la cual se encontraba ubicada en Sabanas de San Ángel en el departamento de Magdalena. En este lugar se llevó a cabo toda la organización intelectual y fue realizada por los cabecillas paramilitares pertenecientes al Bloque Norte, dentro de los que se encontraban  Salvatore Mancuso y Rodrigo Tovar Pupo, alias “Jorge 40” al igual que por John Henao alias “H2” (Machado, et al., 2009).

De igual forma, este tenebroso acontecimiento de barbarie e inhumanidad fue efectuado por alrededor de 450 paramilitares los cuales estaban separados en tres grupos diferentes, el primero que se encargó de irrumpir por el municipio de San Pedro en dirección a los corregimientos Canutal, Canutalito y zonas rurales del corregimiento de Flor de Monte los cuales tienen comunicación con el casco urbano del corregimiento El Salado. 

El segundo grupo estaba bajo las órdenes de Édgar Córdoba Trujillo, alias “Cinco Siete” e incursionó por los lados de Zambrano, municipio  que se comunica con El Salado. El tercer grupo llegó hasta la zona de la masacre por la vía comunicante entre El Salado y el casco urbano de El Carmen de Bolívar. Este último grupo estaba comandado por Luis Francisco Robles alias “Amaury” (Machado, et al., 2009).

La masacre de El Salado se dice que ocurrió entre el día 18 y 19 de febrero de 2000, pero en realidad y con base a diferentes pruebas y declaraciones de las víctimas, se puede afirmar que dicha masacre ocurrió durante el 16 y el 21 de febrero de 2000 en los municipios de El Carmen de Bolívar, en el corregimiento El Salado, Sitio Loma de las Vaca y en la vereda El Balguero (Machado, et al., 2009).

Se dice que durante investigaciones se encontraron 60 víctimas fatales, de las cuales 52 eran hombre y el resto mujeres,  de los que 3 víctimas eran menores de edad, así como 12 jóvenes entre los 18 y los 25 años de edad y 10 adultos jóvenes entres 26 y 35 años, entre otros. Como si fuera poco, se encontró registro que durante la masacre no solamente hubo víctimas fatales (muertos), sino que también hubo víctimas de abuso sexual en el corregimiento de El Salado  y una de daño de bien ajeno en la vereda Bajo Grande en el municipio de Ovejas (Machado, et al., 2009).




Durante todos estos días se realizaron asesinatos macabros que fueron descritos por innumerables testigos tales como el hijo de Eliseo Torres, quien narró cómo asesinaron a su papá y explica que fue degollado y torturado. Como este hay muchos casos que caracterizaron esta masacre por su crueldad, por ejemplo narra uno de los paramilitares capturados que asesinaban jóvenes por el simple hecho de llevar un tatuaje religioso bajo la disculpa de que era guerrillero, así como torturaron a niñas al amarrarlas sin darles ningún tipo de alimento hasta que agonizaran y murieran.
Todos estos hechos demuestran la barbarie de hechos que fueron cometidos en esta zona del país y la manera en que estos grupos al margen de la ley cometieron crímenes de los cuales muchos no han sido reconocidos hoy en día y que incluso, durante la masacre se vieron irregularidades por parte de la fuerza pública para contrarrestar dichos crímenes (Machado, et al., 2009).





Relata el texto que “ los paramilitares no les permitieron a los sobrevivientes recoger y sepultar a sus muertos: No les bastó con pisotear la dignidad de las víctimas con las torturas, las atrocidades, los insultos y los gritos” (Machado, et al., 2009).

Como si fuese poco, esta masacre también se caracterizó por convertirse en un espectáculo público en done se exhibían como “trofeos” las víctimas y las crueldades de cada uno de los accidentados se daba a luz a través de un toque de una tambora o a través de música en equipos de sonido que los paramilitares iban prendiendo en las tiendas y en las casas saqueadas.

Igualmente, dentro de las manifestaciones de la crueldad que hubo durante esta masacre se tiene un amplio espectro de los diferentes métodos de tortura y matanza que fueron utilizados por estos grupos al margen de la ley. Entre ellos encontramos desde el uso de cuchillos y armas blancas, hasta uso de sierras eléctricas y motosierras para torturar a las víctimas (Machado, et al., 2009).

El Salado, se ha convertido en una marca social por las dinámicas de conflicto, pues ha dado paso al suplicio corporal. Asimismo, elementos como la masacre y la tortura constituyen dichas operaciones asesinas como la ocurrida en el Salado. En este caso, la mayoría de los crímenes cometidos en este corregimiento fueron llevados a cabo en la plaza pública solo con la intención de que cada uno de sus habitantes pudiera presenciarlos para que finalmente, todos fueran juzgados y castigados por presuntas complicidades.  Así, esta masacre representa un encuentro entre el poder absoluto y la impotencia absoluta entre los paramilitares y campesinos respectivamente (Machado, et al., 2009).

De esta manera, se puede decir que el sentido de terror por la tortura estaba relacionado mas con el caso de omnipotencia de los paramilitares con el propósito de castigar a la población por cualquier gesto de colaboración con la insurgencia provocando su revolución  y evacuación masiva.

Como se mencionó anteriormente, los paramilitares adquirieron un poder dominante y de omnipresencia logrando estigmatizar a las víctimas de El Salado frente a la guerrilla sin ninguna exigencia ética o política.

Por otro lado, las secuelas que han dejado estos grupos armados han sido muchas, puesto que han desaparecido poblaciones enteras, han dejado casas abandonadas, empresas en la ruinas, actividades agrícolas suspendidas, comunidades aniquiladas, entre otras. Por ende, durante esta masacre, no fue la palabra lo que primo, sino el silencio. El silencio como una opción de procesar el duelo pero también utilizado como una estrategia de sobrevivencia por lo amenazados que estaban cada uno de los campesinos (Machado, et al., 2009).




Es así entonces como la masacre de El Salado, ha sido conocida desde hace 14 años como un acontecimiento de grandes violaciones a los derechos y principios humanos fundamentales de la vida de cada ser humano. En este sentido, es importante aclarar que los conflictos armados están respaldados por los derechos internacionales humanitarios, que son un conjunto de normas y acuerdos entre Estados que limitan sus efectos y protegen a las personas que participaban en los combates. Tienen aplicación obligatoria por parte de los gobiernos y ejércitos en momentos de conflictos armados. De este modo, a masacres como esta, no se puede ver solo desde una perspectiva individual y comunitaria sino también desde las implicaciones e impactos que desbordó en el ámbito privado y social.



DERECHOS INTERNACIONALES HUMANITARIOS

domingo, 20 de abril de 2014

Contextualización

La región de Montes de María fue un lugar clave para la movilización campesina en los setentas, razón por la cual estuvo en la mira de los grupos guerrilleros como el Ejercito Popular de Liberación, el Partido Revolucionario de los Trabajadores y las FARC. La guerrilla intenta amistarse con la región, supliendo vacíos institucionales, pero finalmente no logra ni proveer servicios ni protegerla; en últimas no logra consolidar un vínculo duradero con las comunidades, pues sus objetivos no tenían en cuenta las preocupaciones y necesidades del corregimiento. Lo que si logró la presencia de los grupos armados insurgentes en El Salado, fue que la población fuera estigmatizada como subversiva, lo que sumado a su ubicación geoestratégica, los dejó en medio del fuego cruzado entre los paramilitares y las FARC. Los paramilitares los acusaban de guerrilleros, la guerrilla de “paracos” y para terminar de agravar la situación, las autoridades estatales desconfían de ellos (Machado, et al., 2009).





Las relaciones entre los grupos armados y los pobladores del corregimiento, oscilan entre la 

convergencia (por principios, instrumental o estratégica) y el sometimiento. Incluso, es difícil pensar en la posibilidad de que las personas pueden elegir colaborar o no con el grupo armado, pues la sumisión por miedo o la pasividad por miedo son en general lo que ocurre.

El hecho de que en un mismo territorio, esté la población y los grupos armados, ha contribuido a que exista la denominación de “guerrilleros de civil”. Esto hace que la comunidad se vuelva blanco militar y que sea excluida o segregada de la población colombiana. Esto no sucedió solamente con El Salado y los paramilitares, la misma lógica se replica con la guerrilla, cuando se acusan y enjuician a los “presuntos colaboradores” (Machado, et al., 2009).
El estigma es una de las consecuencias atroces de las acciones bélicas, ya que propicia que las personas sospechen de estas comunidades, lo que se evidencia, en expresiones populares como “por algo será” o “algo habrá hecho”. La eficacia del estigma puede llevar incluso a que la población se autoincrimine, creyéndose culpable y responsable de su propia tragedia. Por último, el estigma también permite que el grupo armado desdibuje las fronteras entre ellos y la población indefensa y de esta manera legitimar la violencia. Lo más grave es que para ser estigmatizado basta con estar en la ruta de alguno de estos grupos insurgentes; de esta manera, muchos pueden ser los pueblos que se vuelvan en aliados forzosos, o en enemigos (caso en el que el grupo insurgente, seguramente los aniquilaría). Es esta una de las razones por la que muchos pueblos han desaparecido de Colombia (Machado, et al., 2009).

 El peligro es que la sociedad llegue a aceptar este tipo de eventos frívolos bajo diferentes excusas, por ejemplo, considerar que era necesario para la pacificación. Pareciera entonces que las víctimas de estos eventos no fueran considerados miembros importantes de Colombia, pues al final, su muerte y sufrimiento parece aceptable.


“Si el estigma está en los orígenes de la masacre, su remoción es uno de los imperativos de la reparación” (Machado, et al., 2009, p. 13). Mientras los paramilitares estaban en El Salado era muy difícil deshacerse de su estigma; pero ahora la memoria es el recurso para restablecer la dignidad de estas personas. El Estado juega un papel protagónico en desmontar la sospecha que existió y sigue existiendo sobre la población saladera, ya que agentes o instituciones del gobierno contribuyeron a la propagación del estigma antes y después de la masacre. 

viernes, 18 de abril de 2014

Análisis

Como se ha mencionado, la masacre de El Salado constituyó uno de los actos más atroces realizado por los paramilitares, en donde se cometieron degollamientos, decapitaciones, violaciones y torturas a campesinos indefensos. Para acentuar más la frialdad de estos acontecimientos, retomaremos las palabras de Ricardo Silva Romero, en el especial que realizó para El Tiempo, en el cual escribe

“Fue en esta cancha de piedra en donde los verdugos jugaron fútbol con las cabezas de las víctimas, celebraron cada ejecución con tambores y gaitas y acordeones, y dejaron que los cerdos de la plaza hicieran lo que les diera la gana con los muertos. En este lugar, que alguna vez fue un árbol, degollaron a una muchacha porque sí. Entre ese hermoso monte de enfrente, que va a estar ahí cuando ni usted ni yo estemos en la vida, una niña moribunda le dijo a una vecina “abrázame como me abrazaba mi mamá”. Por este cielo, bajo un sol que no da tregua, cruzó un helicóptero disparándoles a los techos de todos. Esta es la esquina en donde uno de los jefes sentenció: “aquí nadie va a quedar vivo, aquí a todos los vamos a matar”. Acá un soldado gritó “¿y las mujeres qué?: ¿se van a salvar?”, mientras se secaba el sudor con el dorso de la mano. Y allí el niño paramilitar les dijo a sus comandantes “yo quiero matar”, y le concedieron su deseo” (2013)

 
La masacre de El Salado, en palabras de Ignacio Martín Baro puede ser considerada como una manera frívola de alcanzar un objetivo haciendo uso de la fuerza y no de la razón. Dicha masacre representó la victoria de los paramilitares, su marcha triunfal, fue la manera que utilizaron para proclamar su control sobre el territorio (es importante recordar que el Salado era un lugar clave y en la mira de varios grupos armados insurgentes). La violencia fue usada de manera instrumental, bajo el supuesto de que haciendo uso de la agresión contra los campesinos, conseguirían lo pretendido.

Ignacio Martín Baró (2000), plantea algunas características de la guerra, que pueden ser extrapoladas a situaciones de violencia extrema como la masacre de El Salado. Una de esas características es la polarización, esa distancia extrema entre los grupos, que imposibilita la convivencia y acentúa el conflicto. En el caso de El Salado era evidente, la distancia que existía entre paramilitares y campesinos. Los paramilitares eran para los campesinos “ellos”, unos seres completamente diferentes a ellos mismos “nosotros”. Siendo “ellos” los malos y “nosotros” los buenos.

El concepto de polarización puede explicar la razón por la que los paramilitares aunque en un primer momento quisieron amistarse con los saladeros y proveerles todo aquello que las instituciones le negaban, no lo lograron.

También la polarización explica porque los paramilitares fueron capaces de hacer tantas atrocidades, ya que, consideraban al otro, como un ser diferente a ellos y en cierto modo lo deshumanizaban para poder cometer semejante barbarie. Esto se evidencia en las palabras de Salvatore Mancuso y “El Tigre” (citados en Machado, et al., 2009) quienes consideran el degollamiento como una táctica para matar al enemigo, e incluso afirman que los muertos de la masacre fueron “muertos normales”. La visión del otro como un enemigo, implica toda una visión partidista de la realidad, a la vez, implica que se asume que el grupo propio tiene la razón y el derecho sobre la vida de los “otros”.

La polarización está presente por parte de los paramilitares y por parte de los campesinos. El siguiente testimonio evidencia la representación que tiene una niña campesina de las AUC como aquellos que matan:
 
[...] iba pasando el Ejército y las niñas están sentadas en la puerta, y salen corriendo “abuelita, abuelita”, “qué mamita”, “mira, ahí vienen los que matan”, “no mamita, no”, “sí, sí, esos fueron los que mataron”, como eran niñas, ellas pensaban que el Ejército eran los mismos que habían sido los de acá, como vestían casi igual, “esos son los que matan”, “no, no mamita”
El problema principal de la polarización social es que no permite construir un puente entre ambos grupos que de paso a la paz. De esta forma, el conflicto sigue la escalada de la violencia, acentuando cada vez más las posiciones ideológicas radicalmente opuestas.
Otra característica descrita por Ignacio Martín Baró (2000) es la mentira, la cual también se evidencia en la masacre, por ejemplo en el hecho de que los paramilitares nunca han reconocido lo sucedido como una masacre sino como un combate y luego como una operación militar (Machado, et al., 2009). Además, la mayoría afirman no haber participado de lo ocurrido, ya que según ellos permanecieron en el cerco paramilitar en el cerro del Monte.

La mentira no sólo se ve por parte de este grupo, sino también en las tergiversaciones de la realidad en manos de los medios de comunicación lo cual impidió tener una visión más objetiva de los hechos. Esto es claro por ejemplo, en la dificultad que hubo para saber exactamente en que días ocurrió la masacre, como se comentó anteriormente.

Quisiéramos retomar algunos datos, para evidenciar que en la masacre de El Salado también es evidente la mentira institucionalizada. Es necesario entenderla como el ocultamiento sistemático de la realidad (Martín Baró, 2000). Se crea entonces una versión oficial de los hechos, propugnada por figuras de poder, y difundida por los medios de comunicación.




En el 2011, el presidente Santos escoge al Salado para el plan piloto de restitución de tierras entregando a 63 familias del corregimiento, títulos de propiedad. Durante esta entrega, el mandatariopide perdón a las víctimas diciendo “Les pido perdón a nombre del Estado y de toda la sociedad. Esas masacres nunca han debido suceder. Hubo omisión por parte del Estado y todo tipo de falencias, como las hubo durante tanto tiempo"(El Tiempo, 2011). Estas palabras implican que Santos reconoce la omisión del gobierno durante la masacre, y afirma que el gobierno ya está al mando de la situación, comprometido con la defensa de los derechos humanos. Sin embargo, varios autores, entre ellos (Machado, et al., 2009) y un informe realizado por El Espectador (2009) afirman que un número muy pequeño de los paramilitares implicados han sido condenados, y ni siquiera Carlos Castaño que reconoció su responsabilidad en la masacre fue ajusticiado por el Estado Colombiano.

Además, uno de los problemas de la mentira institucionalizada, es que cuando aparecen versiones diferentes a la oficial, no se les presta atención e incluso se les olvida. Hay que mencionar también que las personas que van en contra de la versión oficial son considerados como subversivos.

Lo que si es cierto es que la masacre dejó al Salado en la pobreza total: acabó con sus animales que representaban alimento y/o mercancía y con sus cultivos. El testimonio presentado por (Machado, et al., 2009)  ejemplifica lo dicho anteriormente:

Este era un pueblo que tenía, aquí había plata, éste era el pueblo que surtía a El Carmen de Bolívar, por eso es que El Carmen de Bolívar está así de muerto como está, porque aquí alisaban tabaco, aquí sembraban ajonjolí, aquí sembraban algodón, aquí la gente tenía plata, aquí había plata [...] Aquí fuera que El Carmen tuviera agua, aquí ya han hecho unos pozos en la parte de debajo del colegio, que estaba capacitado para darle el agua a El Carmen, y ya nosotros habíamos hecho aquí un acuerdo con El Carmen, que ellos nos colocaban la carretera y nosotros les dábamos el agua, nosotros teníamos el agua, eso estaba andando ya cuando entraron los paramilitares [...]

Retomando a Ignacio Martín Baró (2000) es posible afirmar que todo este conflicto bélico, no sólo tuvo impacto socioeconómico en El Salado, sino también un fuerte impacto psicológico en las víctimas (trauma psicosocial).

Es importante recordar que para Martín-Baró tanto la salud mental, como los trastornos mentales tienen su causa en el campo social, es decir, no se reducen a condiciones individuales, sino que por el contrario, son el fruto de un contexto socio histórico tan complejo que el sujeto no es capaz de manejar y que lo llevan a actuar de una manera que socialmente no es aceptada. En este sentido, tanto la salud mental como los trastornos mentales se entienden como “configuraciones donde confluyen diversos aspectos de la vida humana” (Martín-Baró, 2000, p.26), como formas de estar en el mundo e incluso de configurar el mundo.



El trauma psicosocial, en palabras de Martín Baró (2000),  es “la cristalización traumática en las personas y grupos de las relaciones sociales deshumanizadas” (Martín Baró, 2000, p. 65). Según (Machado, et al., 2009)  cuando las victimas retornaron al pueblo, y lo encontraron en ruinas, recordaron todo lo sucedido y se produjo en ellos una tensión crónica que desembocó en problemas de salud y en la alteración de sus comportamientos “normales” Desde los planteamientos de Martín-Baró diríamos que la afectación psíquica de las víctimas fue producto de todo este contexto de violencia extrema que les tocó vivir, de los sentimientos de impotencia que experimentaron, la angustia, el pánico vivido, entre otros. Todas estas circunstancias terminan siendo traumáticas para las personas, ya que acaban con confianzas básicas transgrediendo creencias, valores y presupuestos de la convivencia. Estas consecuencias psicológicas se expresan generalmente como alteraciones del sueño, trastornos alimenticios, depresión, aislamiento, hiperactividad, desgano, entre otros (Machado, et al., 2009). Quisiéramos resaltar el testimonio de una de las victimas para ejemplificar el impacto psicológico que tuvo la masacre en las víctimas:

[…] el mayor que tenemos por ahí también, duró casi un mes que no conocía ni a uno, vamos a decir, se traumatizó, sonaba cualquiera vaina y él pensaba que era eso... él tiene 14 años... [...] Aquí duró una psicóloga tratándolo 22 días, eso no podía oír ni el jalado de una puerta porque enseguida se metía debajo de la cama [...] (Machado, et al., 2009, p. 165-166)
Si se analizara este testimonio, viendo a la persona aislada de su medio, tal vez, desde la psicopatología se podrían evidenciar ciertos rasgos paranoides, sin embargo, desde los planteamientos de Martín Baró (2000) estas son secuelas de experiencias muy fuertes, como la masacre.

Igualmente, las consecuencias de la masacre no fueron sólo a nivel individual, existe un deterioro colectivo que se evidencia por ejemplo, en el estado de fragilidad en el que quedaron las relaciones humanas, la perdida del liderazgo comunitario (se asesinan los líderes comunitarios, como la profesora Dora Torres y el presidente de la junta de Acción Comunal)y el desplazamiento forzado de saladeros. En (Machado, et al., 2009)  se señala que “El desplazamiento forzado ha sido una experiencia central para las víctimas sobrevivientes: Después de la masacre se organizaron para abandonar el pueblo en un éxodo de 4.000 personas, de las cuales sólo han regresado 730, es decir, uno de cada cinco” (pág. 149)



Con la masacre se acaba la cotidianidad de las personas, esa rutina que brinda seguridad y estabilidad; pero más grave aun, es que también se acaba la identidad colectiva, aquello que los identificaba como los saladeros, y los hacia ser parte de un todo cohesionado. Los autores (Machado, et al., 2009)  señalan que la fiesta y la música fueron una de las prácticas más afectadas, siendo hoy en día el Salado un pueblo silencioso, que ha perdido la capacidad de expresar su alegría.

Las consecuencias de la mascare no sólo fueron las inmediatas, sino también las que hoy en día siguen siendo presentes. Por ejemplo, el estigma que aun carga la población saladera, a quien se le acusa de “paracos” o de guerrilleros.

Sin embargo, estas situaciones de crisis también pueden tener consecuencias positivas, ya que en ocasiones cuando las personas se enfrentan a situaciones límite sacan de sí lo mejor y dan grandes saltos evolutivos. Esto se evidencia por ejemplo en la configuración de “Mujeres Unidas de El Salado”, una organización comunitaria que llevó a que las mujeres asumieran una postura de liderazgo en la vida pública. (Machado, et al., 2009).

Ante este panorama, ¿cuál es nuestro rol como profesionales? En primer lugar los planteamiento de Ignacio Martín Baró(2000) nos invitan a crear modelos adecuados a la especificidad de nuestro contexto: conocer a profundidad la realidad de nuestros pueblos. Esto implica trascender la mentira institucionalizada para poder ver la realidad. Otro punto importante a tener en cuenta en cualquier proyecto que propongamos es recordar que la salud mental se gesta en el seno de las relaciones sociales, por ello, nuestro foco debe estar en promover relaciones más humanizadoras, lazos y vínculos más fraternales, en donde el todo esté completamente cohesionado y en armonía con las partes.

La decisión de los saladeros de poner sumemoria en la escena pública, construida desde la doble condición de víctimas y ciudadanos, debe ser valorada entonces como una interpelación a la sociedad a reconocer y reconocerse en lo sucedido, y a solidarizarse y movilizarse por las demandas de verdad, justicia y reparación de las víctimas de esta masacre inenarrable.
La sociedad, en primer término, debe construir lazos de solidaridad con las víctimas, pero también desentrañar los mecanismos a través de los cuales se hace el victimario.
Es preciso reconocer que los torturadores y los asesinos no son parte de un mundo ajeno al nuestro, sino sujetos que hacen parte de nuestros propios órdenes políticos y culturales.
En el actual contexto colombiano, las víctimas cumplen un rol innegable como actores políticos. Los trabajos sobre la memoria sirven de alguna manera de plataforma de enunciación de demandas regionales, étnicas, de género y de grupos específicos de víctimas.
La reconstrucción de la comunidad política rota por la violencia sólo es posible mediante el reconocimiento de que efectivamente, en comunidades como la de El Salado, “la vida ha sido amenazada, devaluada y destruida en determinados contextos históricos y políticos con efectos devastadores sobre la sociedad”.



La memoria del conflicto armado en Colombia se plantea como una necesidad y obligación social con las víctimas, con la reconstrucción de la comunidad política y con la reconfiguración del sistema democrático. Este informe, es la reconstrucción de la masacre desde la perspectiva de las víctimas, tiene precisamente como uno de sus principales objetivos aportar elementos para el acceso pleno de la comunidad saladera a la tríada indisoluble de verdad, justicia y reparación, es decir las condiciones esenciales para el restablecimiento de su dignidad.

Además de todo lo anteriormente mencionado y siguiendo esta misma línea de análisis, la masacre de El Salado en Colombia representó un hecho de crimen atroz que puede ser analizado desde el texto La violencia política y la guerra como causas del trauma psicosocial en El Salvador.

En este texto, Igancio Martín Baró (2000), contextualiza la problemática llevada a cabo durante la guerra civil en El Salvador y describe y analiza detalladamente dicho acontecimiento desde los puntos de vista mencionados previamente, por lo que es menester compararlos para poder entender más a fondo la matanza de El Salado desde dichos puntos.

En un principio, Baró propone el hecho y lo que supone cualquier tipo de guerra en cualquier contexto y ubicación geográfica. En otras palabras, el autor establece que "los estudios de la psicología sobre la guerra tienden a encontrarse predominantemente en dos áreas", y que uno de ellos corresponde a "un aspecto de la guerra de gran importancia y que debe ser analizado por la psicología social: [es]  su carácter definidor del todo social. Por su propia dinámica, una guerra tiende a convertirse en el fenómeno más elogante de la realidad de un país, el proceso dominante al que tienen que supeditarse los demás procesos sociales, económicos, políticos y culturales y que, de manera directa o indirecta, afecta a todos los miembros de una sociedad". (Baró, 2000, p.71)

Si ponemos en contexto dicho análisis con la matanza de El Salado podemos establecer que si bien este ha sido uno de los muchos ejemplos de barbaries que han ocurrido en Colombia a raíz de El Conflicto Armado que se viene incursionando por más de cincuenta años, este representa un fragmento de lo que es para hoy en día para Colombia la problemática más importante de nuestras políticas sociales y de los planes de desarrollo en nuestro país. Por lo tanto, si analizamos en contexto dicha matanza, podemos ver que este no representa únicamente una mancha negra en la historia de nuestro país, sino que también nos muestra cómo hechos como este son aquellos que no permiten que los diferentes proyectos sociales, económicos y políticos estén alejados de combatir dicho flagelo (Baró, 2000).




Asimismo, el autor nos propone la manera en que el conflicto armado de El Salvador generó una polarización social en dicho país y nos introduce el hecho de que a raíz de estos combates que surgen entre diferentes bandos (ejércitos militares), la población adopta cierto grado de polarización frente a determinado grupo. Esto es, algo muy similar a lo que ocurre en Colombia y no es más que lo que se ve reflejado durante dicho crimen en El Salado, debido a que muchos de los subversivos pertenecientes a las cuadrillas del grupo paramilitar asesinaban con el pretexto de que los otros pertenecían a grupos guerrilleros (Baró, 2000).


Sin embargo, según Baró "En el análisis de 1894 se indicaba que el grado de polarización social de la población salvadoreña había tocado techo y que se observan signos significativos de despolarizarse, es decir, esfuerzos conscientes de algunos grupos y sectores por desidentificarse respecto a ambos contendientes (Baró, 2000, p. 71). Este hecho quizás se podría traer en contexto a la realidad actual de Colombia en donde los esfuerzos por lograr esta despolarización han sido insuficientes y se puede evidenciar no solo con El Salado en donde se asesinaron campesinos inocentes bajo el pretexto de ser  "guerrilleros" sino que también en situaciones tan simples como las barras bravas del Fútbol Colombiano; marco que ha generado una amplia polarización por parte de las barras y que en la actualidad se busca romper esas barreras y culminar con la violencia.

De igual forma, el autor analiza la problemática salvadoreña desde el punto de vista de la mentira institucionalista, en donde se utiliza el "ocultamiento sistemático de la realidad" (p.73) como característica fundamental en la guerra. En dichos patrones donde se trata de buscar y elaborar una versión "oficial" de los hechos se ve tergiversada la realidad de la situación, y este aspecto es de suma importancia a la hora de analizar la barbarie ocurrida en el Salado en donde no solamente hubo una polarización de las partes sino que a la vez, dependiendo del grupo al que se le realizara un interrogatorio de los hechos, se podían encontrar verdades y explicaciones al porqué de esta matanza completamente diferentes. Incluso las declaraciones dadas por la fuerza pública no coincidían con aquellas dadas por los testigos y sobrevivientes al crimen (Baró, 2000).

Asimismo, la mentira institucionalista tiene una característica descrita muy claramente por el autor, en donde establece que "Un elemento adicional de mentira lo constituye el grado de corrupción que ha permeado progresiva y aceleradamente a los diversos organismos estatales y a los nuevos funcionarios democristianos" (Martín-Baró, 2000, p.74). Esto no es más que una clara descripción de la problemática actual en nuestro país no solo con esta matanza, sino con el día a día con el que lidia Colombia desde que se sumergió en este Conflicto Armado hace más de 50 años, ya que el Salado no es más que un acontecimiento de los miles que han ocurrido en nuestro país.


Igualmente, el autor analiza la violencia del 84 en El Salvador, y en este punto toca aspectos de suma relevancia y los cuales pueden servir para analizar lo ocurrido en El Salado. Por ejemplo, el autor realiza descripciones de cómo ocurrió la violencia bélica en dicho país y cuáles fueron las características de estos acontecimientos. Sin embargo, en este apartado difiere un poco con lo ocurrido con El Salado.

Si nos remitimos al hecho de El salado podemos ver que el hecho de que hayan habido actos previamente organizados para realizar la matanza (por parte de los cabecillas) y que los asesinos incursionaron por diferentes flancos y que este hecho se caracterizó por un máximo de acciones militares, podemos comparar que a pesar de que ambas circunstancias generan impacto a nivel social desde los puntos previamente tratados, en el momento de remitirnos a la naturaleza de las acciones bélicas hay cierto grado de diferencias entre ellos.

Por último, Baró trata dicha problemática desde el punto de vista del trauma psicosocial, y para ello establece los diferentes niveles del trauma psicosocial; el de la guerra, como deshumanización y la cristalización de las relaciones sociales.

En las tres dimensiones Baró (2000) es enfático en establecer que la guerra de El Salvador trajo consigo repercusiones en la personalidad de los ciudadanos y que dicha guerra generó un impacto en la manera de actual de la población salvadoreña. Dentro del marco del trauma psicosocial de la guerra, el autor trata de explicar las "heridas" o a las malas experiencias que dejo la guerra a los ciudadanos salvadoreños: "(...) se utiliza el término nada usual de trauma psicosocial para enfatizar el carácter esencialmente dialéctico de la herida causada por la vivencia prolongada de una guerra como la que se da en El Salvador." (p.77).

Si bien La masacre de El salado duró mucho menos que la guerra salvadoreña, también representó un trauma psicosocial y una heridas y cambios en el comportamiento de los ciudadanos de dicha vereda, ya que en ambas circunstancias hubo actos de barbarie que generaron efectos según la vivencia de cada individuo, pues, el hecho de ver asesinar a su padre podría suponer un trauma mucho mayor que al saber que fue asesinado y no vivirlo en carne propia.