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Juliana Jiménez Sierra
Marcela Lozano Andrade
Marco Vera

viernes, 18 de abril de 2014

Análisis

Como se ha mencionado, la masacre de El Salado constituyó uno de los actos más atroces realizado por los paramilitares, en donde se cometieron degollamientos, decapitaciones, violaciones y torturas a campesinos indefensos. Para acentuar más la frialdad de estos acontecimientos, retomaremos las palabras de Ricardo Silva Romero, en el especial que realizó para El Tiempo, en el cual escribe

“Fue en esta cancha de piedra en donde los verdugos jugaron fútbol con las cabezas de las víctimas, celebraron cada ejecución con tambores y gaitas y acordeones, y dejaron que los cerdos de la plaza hicieran lo que les diera la gana con los muertos. En este lugar, que alguna vez fue un árbol, degollaron a una muchacha porque sí. Entre ese hermoso monte de enfrente, que va a estar ahí cuando ni usted ni yo estemos en la vida, una niña moribunda le dijo a una vecina “abrázame como me abrazaba mi mamá”. Por este cielo, bajo un sol que no da tregua, cruzó un helicóptero disparándoles a los techos de todos. Esta es la esquina en donde uno de los jefes sentenció: “aquí nadie va a quedar vivo, aquí a todos los vamos a matar”. Acá un soldado gritó “¿y las mujeres qué?: ¿se van a salvar?”, mientras se secaba el sudor con el dorso de la mano. Y allí el niño paramilitar les dijo a sus comandantes “yo quiero matar”, y le concedieron su deseo” (2013)

 
La masacre de El Salado, en palabras de Ignacio Martín Baro puede ser considerada como una manera frívola de alcanzar un objetivo haciendo uso de la fuerza y no de la razón. Dicha masacre representó la victoria de los paramilitares, su marcha triunfal, fue la manera que utilizaron para proclamar su control sobre el territorio (es importante recordar que el Salado era un lugar clave y en la mira de varios grupos armados insurgentes). La violencia fue usada de manera instrumental, bajo el supuesto de que haciendo uso de la agresión contra los campesinos, conseguirían lo pretendido.

Ignacio Martín Baró (2000), plantea algunas características de la guerra, que pueden ser extrapoladas a situaciones de violencia extrema como la masacre de El Salado. Una de esas características es la polarización, esa distancia extrema entre los grupos, que imposibilita la convivencia y acentúa el conflicto. En el caso de El Salado era evidente, la distancia que existía entre paramilitares y campesinos. Los paramilitares eran para los campesinos “ellos”, unos seres completamente diferentes a ellos mismos “nosotros”. Siendo “ellos” los malos y “nosotros” los buenos.

El concepto de polarización puede explicar la razón por la que los paramilitares aunque en un primer momento quisieron amistarse con los saladeros y proveerles todo aquello que las instituciones le negaban, no lo lograron.

También la polarización explica porque los paramilitares fueron capaces de hacer tantas atrocidades, ya que, consideraban al otro, como un ser diferente a ellos y en cierto modo lo deshumanizaban para poder cometer semejante barbarie. Esto se evidencia en las palabras de Salvatore Mancuso y “El Tigre” (citados en Machado, et al., 2009) quienes consideran el degollamiento como una táctica para matar al enemigo, e incluso afirman que los muertos de la masacre fueron “muertos normales”. La visión del otro como un enemigo, implica toda una visión partidista de la realidad, a la vez, implica que se asume que el grupo propio tiene la razón y el derecho sobre la vida de los “otros”.

La polarización está presente por parte de los paramilitares y por parte de los campesinos. El siguiente testimonio evidencia la representación que tiene una niña campesina de las AUC como aquellos que matan:
 
[...] iba pasando el Ejército y las niñas están sentadas en la puerta, y salen corriendo “abuelita, abuelita”, “qué mamita”, “mira, ahí vienen los que matan”, “no mamita, no”, “sí, sí, esos fueron los que mataron”, como eran niñas, ellas pensaban que el Ejército eran los mismos que habían sido los de acá, como vestían casi igual, “esos son los que matan”, “no, no mamita”
El problema principal de la polarización social es que no permite construir un puente entre ambos grupos que de paso a la paz. De esta forma, el conflicto sigue la escalada de la violencia, acentuando cada vez más las posiciones ideológicas radicalmente opuestas.
Otra característica descrita por Ignacio Martín Baró (2000) es la mentira, la cual también se evidencia en la masacre, por ejemplo en el hecho de que los paramilitares nunca han reconocido lo sucedido como una masacre sino como un combate y luego como una operación militar (Machado, et al., 2009). Además, la mayoría afirman no haber participado de lo ocurrido, ya que según ellos permanecieron en el cerco paramilitar en el cerro del Monte.

La mentira no sólo se ve por parte de este grupo, sino también en las tergiversaciones de la realidad en manos de los medios de comunicación lo cual impidió tener una visión más objetiva de los hechos. Esto es claro por ejemplo, en la dificultad que hubo para saber exactamente en que días ocurrió la masacre, como se comentó anteriormente.

Quisiéramos retomar algunos datos, para evidenciar que en la masacre de El Salado también es evidente la mentira institucionalizada. Es necesario entenderla como el ocultamiento sistemático de la realidad (Martín Baró, 2000). Se crea entonces una versión oficial de los hechos, propugnada por figuras de poder, y difundida por los medios de comunicación.




En el 2011, el presidente Santos escoge al Salado para el plan piloto de restitución de tierras entregando a 63 familias del corregimiento, títulos de propiedad. Durante esta entrega, el mandatariopide perdón a las víctimas diciendo “Les pido perdón a nombre del Estado y de toda la sociedad. Esas masacres nunca han debido suceder. Hubo omisión por parte del Estado y todo tipo de falencias, como las hubo durante tanto tiempo"(El Tiempo, 2011). Estas palabras implican que Santos reconoce la omisión del gobierno durante la masacre, y afirma que el gobierno ya está al mando de la situación, comprometido con la defensa de los derechos humanos. Sin embargo, varios autores, entre ellos (Machado, et al., 2009) y un informe realizado por El Espectador (2009) afirman que un número muy pequeño de los paramilitares implicados han sido condenados, y ni siquiera Carlos Castaño que reconoció su responsabilidad en la masacre fue ajusticiado por el Estado Colombiano.

Además, uno de los problemas de la mentira institucionalizada, es que cuando aparecen versiones diferentes a la oficial, no se les presta atención e incluso se les olvida. Hay que mencionar también que las personas que van en contra de la versión oficial son considerados como subversivos.

Lo que si es cierto es que la masacre dejó al Salado en la pobreza total: acabó con sus animales que representaban alimento y/o mercancía y con sus cultivos. El testimonio presentado por (Machado, et al., 2009)  ejemplifica lo dicho anteriormente:

Este era un pueblo que tenía, aquí había plata, éste era el pueblo que surtía a El Carmen de Bolívar, por eso es que El Carmen de Bolívar está así de muerto como está, porque aquí alisaban tabaco, aquí sembraban ajonjolí, aquí sembraban algodón, aquí la gente tenía plata, aquí había plata [...] Aquí fuera que El Carmen tuviera agua, aquí ya han hecho unos pozos en la parte de debajo del colegio, que estaba capacitado para darle el agua a El Carmen, y ya nosotros habíamos hecho aquí un acuerdo con El Carmen, que ellos nos colocaban la carretera y nosotros les dábamos el agua, nosotros teníamos el agua, eso estaba andando ya cuando entraron los paramilitares [...]

Retomando a Ignacio Martín Baró (2000) es posible afirmar que todo este conflicto bélico, no sólo tuvo impacto socioeconómico en El Salado, sino también un fuerte impacto psicológico en las víctimas (trauma psicosocial).

Es importante recordar que para Martín-Baró tanto la salud mental, como los trastornos mentales tienen su causa en el campo social, es decir, no se reducen a condiciones individuales, sino que por el contrario, son el fruto de un contexto socio histórico tan complejo que el sujeto no es capaz de manejar y que lo llevan a actuar de una manera que socialmente no es aceptada. En este sentido, tanto la salud mental como los trastornos mentales se entienden como “configuraciones donde confluyen diversos aspectos de la vida humana” (Martín-Baró, 2000, p.26), como formas de estar en el mundo e incluso de configurar el mundo.



El trauma psicosocial, en palabras de Martín Baró (2000),  es “la cristalización traumática en las personas y grupos de las relaciones sociales deshumanizadas” (Martín Baró, 2000, p. 65). Según (Machado, et al., 2009)  cuando las victimas retornaron al pueblo, y lo encontraron en ruinas, recordaron todo lo sucedido y se produjo en ellos una tensión crónica que desembocó en problemas de salud y en la alteración de sus comportamientos “normales” Desde los planteamientos de Martín-Baró diríamos que la afectación psíquica de las víctimas fue producto de todo este contexto de violencia extrema que les tocó vivir, de los sentimientos de impotencia que experimentaron, la angustia, el pánico vivido, entre otros. Todas estas circunstancias terminan siendo traumáticas para las personas, ya que acaban con confianzas básicas transgrediendo creencias, valores y presupuestos de la convivencia. Estas consecuencias psicológicas se expresan generalmente como alteraciones del sueño, trastornos alimenticios, depresión, aislamiento, hiperactividad, desgano, entre otros (Machado, et al., 2009). Quisiéramos resaltar el testimonio de una de las victimas para ejemplificar el impacto psicológico que tuvo la masacre en las víctimas:

[…] el mayor que tenemos por ahí también, duró casi un mes que no conocía ni a uno, vamos a decir, se traumatizó, sonaba cualquiera vaina y él pensaba que era eso... él tiene 14 años... [...] Aquí duró una psicóloga tratándolo 22 días, eso no podía oír ni el jalado de una puerta porque enseguida se metía debajo de la cama [...] (Machado, et al., 2009, p. 165-166)
Si se analizara este testimonio, viendo a la persona aislada de su medio, tal vez, desde la psicopatología se podrían evidenciar ciertos rasgos paranoides, sin embargo, desde los planteamientos de Martín Baró (2000) estas son secuelas de experiencias muy fuertes, como la masacre.

Igualmente, las consecuencias de la masacre no fueron sólo a nivel individual, existe un deterioro colectivo que se evidencia por ejemplo, en el estado de fragilidad en el que quedaron las relaciones humanas, la perdida del liderazgo comunitario (se asesinan los líderes comunitarios, como la profesora Dora Torres y el presidente de la junta de Acción Comunal)y el desplazamiento forzado de saladeros. En (Machado, et al., 2009)  se señala que “El desplazamiento forzado ha sido una experiencia central para las víctimas sobrevivientes: Después de la masacre se organizaron para abandonar el pueblo en un éxodo de 4.000 personas, de las cuales sólo han regresado 730, es decir, uno de cada cinco” (pág. 149)



Con la masacre se acaba la cotidianidad de las personas, esa rutina que brinda seguridad y estabilidad; pero más grave aun, es que también se acaba la identidad colectiva, aquello que los identificaba como los saladeros, y los hacia ser parte de un todo cohesionado. Los autores (Machado, et al., 2009)  señalan que la fiesta y la música fueron una de las prácticas más afectadas, siendo hoy en día el Salado un pueblo silencioso, que ha perdido la capacidad de expresar su alegría.

Las consecuencias de la mascare no sólo fueron las inmediatas, sino también las que hoy en día siguen siendo presentes. Por ejemplo, el estigma que aun carga la población saladera, a quien se le acusa de “paracos” o de guerrilleros.

Sin embargo, estas situaciones de crisis también pueden tener consecuencias positivas, ya que en ocasiones cuando las personas se enfrentan a situaciones límite sacan de sí lo mejor y dan grandes saltos evolutivos. Esto se evidencia por ejemplo en la configuración de “Mujeres Unidas de El Salado”, una organización comunitaria que llevó a que las mujeres asumieran una postura de liderazgo en la vida pública. (Machado, et al., 2009).

Ante este panorama, ¿cuál es nuestro rol como profesionales? En primer lugar los planteamiento de Ignacio Martín Baró(2000) nos invitan a crear modelos adecuados a la especificidad de nuestro contexto: conocer a profundidad la realidad de nuestros pueblos. Esto implica trascender la mentira institucionalizada para poder ver la realidad. Otro punto importante a tener en cuenta en cualquier proyecto que propongamos es recordar que la salud mental se gesta en el seno de las relaciones sociales, por ello, nuestro foco debe estar en promover relaciones más humanizadoras, lazos y vínculos más fraternales, en donde el todo esté completamente cohesionado y en armonía con las partes.

La decisión de los saladeros de poner sumemoria en la escena pública, construida desde la doble condición de víctimas y ciudadanos, debe ser valorada entonces como una interpelación a la sociedad a reconocer y reconocerse en lo sucedido, y a solidarizarse y movilizarse por las demandas de verdad, justicia y reparación de las víctimas de esta masacre inenarrable.
La sociedad, en primer término, debe construir lazos de solidaridad con las víctimas, pero también desentrañar los mecanismos a través de los cuales se hace el victimario.
Es preciso reconocer que los torturadores y los asesinos no son parte de un mundo ajeno al nuestro, sino sujetos que hacen parte de nuestros propios órdenes políticos y culturales.
En el actual contexto colombiano, las víctimas cumplen un rol innegable como actores políticos. Los trabajos sobre la memoria sirven de alguna manera de plataforma de enunciación de demandas regionales, étnicas, de género y de grupos específicos de víctimas.
La reconstrucción de la comunidad política rota por la violencia sólo es posible mediante el reconocimiento de que efectivamente, en comunidades como la de El Salado, “la vida ha sido amenazada, devaluada y destruida en determinados contextos históricos y políticos con efectos devastadores sobre la sociedad”.



La memoria del conflicto armado en Colombia se plantea como una necesidad y obligación social con las víctimas, con la reconstrucción de la comunidad política y con la reconfiguración del sistema democrático. Este informe, es la reconstrucción de la masacre desde la perspectiva de las víctimas, tiene precisamente como uno de sus principales objetivos aportar elementos para el acceso pleno de la comunidad saladera a la tríada indisoluble de verdad, justicia y reparación, es decir las condiciones esenciales para el restablecimiento de su dignidad.

Además de todo lo anteriormente mencionado y siguiendo esta misma línea de análisis, la masacre de El Salado en Colombia representó un hecho de crimen atroz que puede ser analizado desde el texto La violencia política y la guerra como causas del trauma psicosocial en El Salvador.

En este texto, Igancio Martín Baró (2000), contextualiza la problemática llevada a cabo durante la guerra civil en El Salvador y describe y analiza detalladamente dicho acontecimiento desde los puntos de vista mencionados previamente, por lo que es menester compararlos para poder entender más a fondo la matanza de El Salado desde dichos puntos.

En un principio, Baró propone el hecho y lo que supone cualquier tipo de guerra en cualquier contexto y ubicación geográfica. En otras palabras, el autor establece que "los estudios de la psicología sobre la guerra tienden a encontrarse predominantemente en dos áreas", y que uno de ellos corresponde a "un aspecto de la guerra de gran importancia y que debe ser analizado por la psicología social: [es]  su carácter definidor del todo social. Por su propia dinámica, una guerra tiende a convertirse en el fenómeno más elogante de la realidad de un país, el proceso dominante al que tienen que supeditarse los demás procesos sociales, económicos, políticos y culturales y que, de manera directa o indirecta, afecta a todos los miembros de una sociedad". (Baró, 2000, p.71)

Si ponemos en contexto dicho análisis con la matanza de El Salado podemos establecer que si bien este ha sido uno de los muchos ejemplos de barbaries que han ocurrido en Colombia a raíz de El Conflicto Armado que se viene incursionando por más de cincuenta años, este representa un fragmento de lo que es para hoy en día para Colombia la problemática más importante de nuestras políticas sociales y de los planes de desarrollo en nuestro país. Por lo tanto, si analizamos en contexto dicha matanza, podemos ver que este no representa únicamente una mancha negra en la historia de nuestro país, sino que también nos muestra cómo hechos como este son aquellos que no permiten que los diferentes proyectos sociales, económicos y políticos estén alejados de combatir dicho flagelo (Baró, 2000).




Asimismo, el autor nos propone la manera en que el conflicto armado de El Salvador generó una polarización social en dicho país y nos introduce el hecho de que a raíz de estos combates que surgen entre diferentes bandos (ejércitos militares), la población adopta cierto grado de polarización frente a determinado grupo. Esto es, algo muy similar a lo que ocurre en Colombia y no es más que lo que se ve reflejado durante dicho crimen en El Salado, debido a que muchos de los subversivos pertenecientes a las cuadrillas del grupo paramilitar asesinaban con el pretexto de que los otros pertenecían a grupos guerrilleros (Baró, 2000).


Sin embargo, según Baró "En el análisis de 1894 se indicaba que el grado de polarización social de la población salvadoreña había tocado techo y que se observan signos significativos de despolarizarse, es decir, esfuerzos conscientes de algunos grupos y sectores por desidentificarse respecto a ambos contendientes (Baró, 2000, p. 71). Este hecho quizás se podría traer en contexto a la realidad actual de Colombia en donde los esfuerzos por lograr esta despolarización han sido insuficientes y se puede evidenciar no solo con El Salado en donde se asesinaron campesinos inocentes bajo el pretexto de ser  "guerrilleros" sino que también en situaciones tan simples como las barras bravas del Fútbol Colombiano; marco que ha generado una amplia polarización por parte de las barras y que en la actualidad se busca romper esas barreras y culminar con la violencia.

De igual forma, el autor analiza la problemática salvadoreña desde el punto de vista de la mentira institucionalista, en donde se utiliza el "ocultamiento sistemático de la realidad" (p.73) como característica fundamental en la guerra. En dichos patrones donde se trata de buscar y elaborar una versión "oficial" de los hechos se ve tergiversada la realidad de la situación, y este aspecto es de suma importancia a la hora de analizar la barbarie ocurrida en el Salado en donde no solamente hubo una polarización de las partes sino que a la vez, dependiendo del grupo al que se le realizara un interrogatorio de los hechos, se podían encontrar verdades y explicaciones al porqué de esta matanza completamente diferentes. Incluso las declaraciones dadas por la fuerza pública no coincidían con aquellas dadas por los testigos y sobrevivientes al crimen (Baró, 2000).

Asimismo, la mentira institucionalista tiene una característica descrita muy claramente por el autor, en donde establece que "Un elemento adicional de mentira lo constituye el grado de corrupción que ha permeado progresiva y aceleradamente a los diversos organismos estatales y a los nuevos funcionarios democristianos" (Martín-Baró, 2000, p.74). Esto no es más que una clara descripción de la problemática actual en nuestro país no solo con esta matanza, sino con el día a día con el que lidia Colombia desde que se sumergió en este Conflicto Armado hace más de 50 años, ya que el Salado no es más que un acontecimiento de los miles que han ocurrido en nuestro país.


Igualmente, el autor analiza la violencia del 84 en El Salvador, y en este punto toca aspectos de suma relevancia y los cuales pueden servir para analizar lo ocurrido en El Salado. Por ejemplo, el autor realiza descripciones de cómo ocurrió la violencia bélica en dicho país y cuáles fueron las características de estos acontecimientos. Sin embargo, en este apartado difiere un poco con lo ocurrido con El Salado.

Si nos remitimos al hecho de El salado podemos ver que el hecho de que hayan habido actos previamente organizados para realizar la matanza (por parte de los cabecillas) y que los asesinos incursionaron por diferentes flancos y que este hecho se caracterizó por un máximo de acciones militares, podemos comparar que a pesar de que ambas circunstancias generan impacto a nivel social desde los puntos previamente tratados, en el momento de remitirnos a la naturaleza de las acciones bélicas hay cierto grado de diferencias entre ellos.

Por último, Baró trata dicha problemática desde el punto de vista del trauma psicosocial, y para ello establece los diferentes niveles del trauma psicosocial; el de la guerra, como deshumanización y la cristalización de las relaciones sociales.

En las tres dimensiones Baró (2000) es enfático en establecer que la guerra de El Salvador trajo consigo repercusiones en la personalidad de los ciudadanos y que dicha guerra generó un impacto en la manera de actual de la población salvadoreña. Dentro del marco del trauma psicosocial de la guerra, el autor trata de explicar las "heridas" o a las malas experiencias que dejo la guerra a los ciudadanos salvadoreños: "(...) se utiliza el término nada usual de trauma psicosocial para enfatizar el carácter esencialmente dialéctico de la herida causada por la vivencia prolongada de una guerra como la que se da en El Salvador." (p.77).

Si bien La masacre de El salado duró mucho menos que la guerra salvadoreña, también representó un trauma psicosocial y una heridas y cambios en el comportamiento de los ciudadanos de dicha vereda, ya que en ambas circunstancias hubo actos de barbarie que generaron efectos según la vivencia de cada individuo, pues, el hecho de ver asesinar a su padre podría suponer un trauma mucho mayor que al saber que fue asesinado y no vivirlo en carne propia. 


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