Integrantes

Juliana Jiménez Sierra
Marcela Lozano Andrade
Marco Vera

domingo, 20 de abril de 2014

Contextualización

La región de Montes de María fue un lugar clave para la movilización campesina en los setentas, razón por la cual estuvo en la mira de los grupos guerrilleros como el Ejercito Popular de Liberación, el Partido Revolucionario de los Trabajadores y las FARC. La guerrilla intenta amistarse con la región, supliendo vacíos institucionales, pero finalmente no logra ni proveer servicios ni protegerla; en últimas no logra consolidar un vínculo duradero con las comunidades, pues sus objetivos no tenían en cuenta las preocupaciones y necesidades del corregimiento. Lo que si logró la presencia de los grupos armados insurgentes en El Salado, fue que la población fuera estigmatizada como subversiva, lo que sumado a su ubicación geoestratégica, los dejó en medio del fuego cruzado entre los paramilitares y las FARC. Los paramilitares los acusaban de guerrilleros, la guerrilla de “paracos” y para terminar de agravar la situación, las autoridades estatales desconfían de ellos (Machado, et al., 2009).





Las relaciones entre los grupos armados y los pobladores del corregimiento, oscilan entre la 

convergencia (por principios, instrumental o estratégica) y el sometimiento. Incluso, es difícil pensar en la posibilidad de que las personas pueden elegir colaborar o no con el grupo armado, pues la sumisión por miedo o la pasividad por miedo son en general lo que ocurre.

El hecho de que en un mismo territorio, esté la población y los grupos armados, ha contribuido a que exista la denominación de “guerrilleros de civil”. Esto hace que la comunidad se vuelva blanco militar y que sea excluida o segregada de la población colombiana. Esto no sucedió solamente con El Salado y los paramilitares, la misma lógica se replica con la guerrilla, cuando se acusan y enjuician a los “presuntos colaboradores” (Machado, et al., 2009).
El estigma es una de las consecuencias atroces de las acciones bélicas, ya que propicia que las personas sospechen de estas comunidades, lo que se evidencia, en expresiones populares como “por algo será” o “algo habrá hecho”. La eficacia del estigma puede llevar incluso a que la población se autoincrimine, creyéndose culpable y responsable de su propia tragedia. Por último, el estigma también permite que el grupo armado desdibuje las fronteras entre ellos y la población indefensa y de esta manera legitimar la violencia. Lo más grave es que para ser estigmatizado basta con estar en la ruta de alguno de estos grupos insurgentes; de esta manera, muchos pueden ser los pueblos que se vuelvan en aliados forzosos, o en enemigos (caso en el que el grupo insurgente, seguramente los aniquilaría). Es esta una de las razones por la que muchos pueblos han desaparecido de Colombia (Machado, et al., 2009).

 El peligro es que la sociedad llegue a aceptar este tipo de eventos frívolos bajo diferentes excusas, por ejemplo, considerar que era necesario para la pacificación. Pareciera entonces que las víctimas de estos eventos no fueran considerados miembros importantes de Colombia, pues al final, su muerte y sufrimiento parece aceptable.


“Si el estigma está en los orígenes de la masacre, su remoción es uno de los imperativos de la reparación” (Machado, et al., 2009, p. 13). Mientras los paramilitares estaban en El Salado era muy difícil deshacerse de su estigma; pero ahora la memoria es el recurso para restablecer la dignidad de estas personas. El Estado juega un papel protagónico en desmontar la sospecha que existió y sigue existiendo sobre la población saladera, ya que agentes o instituciones del gobierno contribuyeron a la propagación del estigma antes y después de la masacre. 

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