La Masacre en El Salado
PORQUE NO TODOS LOS HEMOS OLVIDADO, PUEBLO DEL SALADO. YA ES HORA DE QUE NO CARGUEN SOLOS CON TANTO DOLOR. COLOMBIA LOS RECUERDA Y LOS RESPALDA
Integrantes
Juliana Jiménez Sierra
Marcela Lozano Andrade
Marco Vera
domingo, 18 de mayo de 2014
Memoria Histórica
La recuperación de la
memoria histórica es esencial para lograr la salud mental en aquellas mayorías
populares que han sido violentadas y en general, en toda persona que haya sido
víctima de la violencia. Es un compromiso que tenemos todos con las víctimas y
las víctimas con ellas mismas. Es la manera de evitar el olvido y de prevenir
que hechos atroces ocurran de nuevo.
Aparte, el proceso de
construcción social de la verdad histórica, es un proceso de participación
democrática lleno de contenidos políticos y propuestas para la transformación
de las sociedades afectadas en la cual estas van a sentir ser importantes para el gobierno. Además, con el
esclarecimiento y la verdad se va a tener una base sólida y clave para superar
la impunidad de los hechos, así como, su
no repetición.
Cuando nos referimos al
hecho de recuperación de la memoria histórica, nos estamos refiriendo a una
necesidad de que se esclarezcan los hechos y episodios más oscuros del
conflicto armado que han sido callados o escondidos durante mucho tiempo por diferentes
intereses.
En otras palabras, el
hecho de "recordar, es decir, la acción de hacer memoria, y las
narraciones que de ella se desprenden no son una simple discusión verbal que
intenta reconciliar versiones distintas de eventos acontecidos en el pasado, es
la acción que empodera a las mayorías populares, a las víctimas y a sus
familiares, de decir y decirse justicia y que va moldeando un conjunto de
actitudes practicas, cognitivas y afectivas, que posibilitan una verdadera
reconciliación social” (Gaborit, 2006, p.1). Es por esta razón que el hecho de
recordar dichas acciones que generaron tanto sufrimiento para una sociedad
tiene tanta importancia, ya que de esta forma se podría llegar reconstruir la
historia desde las víctimas y no seguir creyendo en aquello que el Estado o
incluso los paramilitares han querido que creamos.
La masacre del Salado
fue una de las masacres de mayor impacto realizada por los paramilitares. Sin
embargo, estos últimos argumentan que fue un combate normal y necesario que
evitaría daños más grandes en la posteridad. La respuesta del Estado ante la
afirmación de los paramilitares es aún más desesperanzadora: poco después de la
masacre, el Fiscal General de la Nación en el año 2010, el Doctor Alfonso Gómez
Méndez, afirmó que no se trató de un combate sino de una masacre clásica
realizada por los paramilitares ¿cómo es posible otorgarle tal grado de
naturalidad a una masacre que acabó con uno de los pueblos más prósperos de Colombia?
No obstante, esto permite entender la razón por la que no hubo una condena
moral contra los victimarios, ni un soporte y ayuda contundente a las víctimas,
pues si la violencia se ha vuelto un acto tan natural y normal entre nosotros los
colombianos, ¿qué nos motivaría a intervenir y reparar el tejido social de esta
comunidad?
El Salado, no es el
único pueblo con un pasado oscuro, ya que gran cantidad de sociedades
latinoamericanas han sido o siguen siendo abatidas por la violencia. Si no
retomamos la memoria histórica, si como pueblo decidimos olvidar las
atrocidades ocurridas, decidimos quedarnos con la versión que el Estado nos ha
vendido, volveremos a caer en los mismos errores. Recuperar la memoria
histórica es ser responsables con nuestro pasado, presente y futuro, es
reconocer que hemos fallado en el pasado, y comprometernos con cambiar para que
no vuelva a suceder. Las víctimas del Salado, en el documental “El Salado:
Rostro de una Masacre” afirman que ya habían ocurrido incidentes en la zona y que
por tanto, ellos ya estaban alertas frente a cualquier indicio de que algo
podría ocurrir. Pensaron incluso que El Estado ya estaba también alerta y que
los helicópteros que sobrevolaban la zona eran del Ejercito, pero ¿Dónde estaba
el Estado? ¿Cómo es posible que el Estado no intervenga de manera preventiva
con un pueblo que está en medio de dos grupos armados? Sin embargo, la ayuda
del Estado no se vio ni antes ni después de la Masacre.
En el 2011, el
presidente Santos reconoce que en la Masacre del Salado hubo omisión por parte
del Estado, como parte de su discurso durante la entrega de títulos de
propiedad a 63 familias del corregimiento. La ayuda brindada por El Estado
siguen enmarcada en el plano del asistencialismo y como no recordamos, no vemos
lo que la historia nos muestra, seguimos dando sólo ayuda asistencialista. No
obstante, la pérdida más grande no estuvo en el plano material, sino en el
psicológico, quedó en ellos un gran trauma psicosocial, se desdeñó el tejido
social y la vida comunitaria.
Aunque, los saladeros
no sucumben tan fácil, afirman que mientras estén unidos nadie los vencerá
(Documental, El Salado: rostro de una masacre). Son fuertes como colectividad y
esto lo demuestra su retorno al Salado, ya que se ayudaron mutuamente para reconstruir
un pueblo que había quedado irreconocible. Hubo por ejemplo una niña de tan
sólo 10 años de edad que se dispuso a ser la profesora del resto de niños que
llegaban al pueblo (Documental, El Salado: rostro de una masacre).
El pueblo de El Salado
ha demostrado ser un pueblo valiente, sobreviviente y que sigue firme caminando
por sus sueños. Sin embargo, nosotros como colombianos debemos apoyarlos y una
de las formas de hacerlo es reclamando justicia al Estado. La justicia, el
reconocimiento de los victimarios y de las víctimas es necesario para la
reparación del tejido social. Las víctimas necesitan sentir que se ha
reconocido lo sucedido, que se ha escuchado su verdad y que quienes han sido
responsables de las atrocidades están pagando por ello. Es decir, se requiere
de responsabilidad institucional, restitución social y dignificación de las
víctimas (Gaborit, 2006).
Es necesario recordar
el concepto de polarización planteado por Martín Baró, ya que explicaría una de
las razones de esta necesidad del pueblo del Salado, existe entre los saladeros
y los paramilitares una distancia extrema: los paramilitares son para los
campesinos “ellos”, unos seres completamente diferentes a ellos mismos
“nosotros”. Siendo “ellos” los malos y “nosotros” los buenos. Así pues, las
personas del Salado necesitan que “ellos” sean justiciados porque son los
malos, “los perros hijueputas”, como se refiere una de las víctimas en el
Documental: El Salado: Rostro de una masacre y es impensable que estén en
libertad después de haber cometido semejante atrocidad. El hecho de que la
masacre del Salado no haya sido justiciada, le da a las víctimas, la sensación
de que no le importan a nadie y que han sido olvidadas.
Es por esto que todo
producto que rescate la memoria histórica está aportando a la salud mental de
las víctimas, les está dando un espacio en la colectividad, les está
demostrando apoyo y solidaridad.
De igual forma, durante
esta masacre ocurrió un fenómeno muy particular y era que los paramilitares en
muchas ocasiones asesinaban a campesinos bajo el pretexto de que ellos
pertenecían o que estaban a favor de grupos guerrilleros, demostrando así cómo
esta violencia generó una polarización total en dos bandos y que de algún modo,
eran obligados a tener cierta afección hacia uno de los dos grupos; si no era
paramilitar, indispensablemente de que no tuviera intereses políticos ni
sociales por ninguno de los dos grupos, se catalogaba como parte del bando
contrincante; la guerrilla. Es justamente esto lo que menciona Mauricio Gaborit
(2006) cuando establece que "se las coaccionaba a afirmar, por la mera
necesidad de la supervivencia, una forma de vida contraria a sus convicciones,
rompiendo así́ la unión lógica que debe existir entre vivencia subjetiva y
realidad social” (Gaborit, 2006, p.11). Es así como una mentira podría llegar a
ser la única forma de supervivencia, ya que así no fuera afín a los ideales de
alguno de los dos grupos, se tenía que pertenecer para poder salvar su vida, y
es precisamente esto un indicador de agravamiento en la vida de un ser humano como
lo establece Martín Baró, ya que él afirma que cuando una mentira debe ser
asumida como si fuese una verdad y como parte de la vida cotidiana del ser
humano, traería consecuencias fatales en su existencia y traería consigo una confusión
ética y vivencial.
Mauricio Gaborit (2006)
afirma que existen dos intencionalidades y, por lo tanto, al menos dos maneras
de entender los hechos históricos. En primer lugar están los familiares de las víctimas, a quienes su
necesidad radica en el hecho de saber qué sucedió́, cómo, cuándo, dónde, quiénes
y, finalmente, porqué (Gaborit, 2006, p.13). A ellos lo que más les interesa es saber
cuáles fueron esos eventos que generaron o que tibiaron tal impacto sobre su
vida que les implicó un cambio drástico en ella. Es así como innumerables
testigos en sus declaraciones han hecho referencia al olvido y a la falta de
verdades que ha realizado el gobierno con ellos, ya que muchos afirman que el
gobierno se olvidó por completo de ellos y que nunca se comento lo que
verdaderamente ocurrió en El Salado.
Por otro lado están los
verdugos o victimarios a quienes les interesa principalmente es ocultar dichos
acontecimientos, es decir; dejar en el olvido lo ocurrido y de esta manera
generar una "desmemorización de lo acontecido, por tres razones fundamentales:
la primera tiene que ver con el ejercicio del poder; la segunda con la apropiación
del imaginario colectivo, que permita y tolere la impunidad; y la tercera con
los esfuerzos para reducir la salud mental a la propia y, por lo tanto, retener
solo para sí espacios de sanidad"(Gaborit, 2006, p.13). Es así como los
paramilitares que han declarado y que han dado sus testimonios quizás han
omitido significativamente gran parte de los hechos ocurridos en El Salado y
que de este modo su versión sea totalmente distinta a la de las víctima. De
esta manera, es preciso afirmar que el olvido no es más que un ejercicio
netamente ideológico, en donde se busca algo en particular que favorezca a
alguna de las partes.
En conclusión, la
recuperación de la memoria histórica de la masacre del Salado, es la forma en la que nosotros como colombianos, rompemos con la mentira
institucionalizada y le damos espacio a la versión de las víctimas.
Es la manera en la que decimos: no hemos olvidado y no
estamos dispuestos a olvidar. Reconocemos lo que sucedió en el Salado y también
somos conscientes de las falencias del Estado y de nosotros como el pueblo
Colombiano. Somos conscientes que hemos fallado como pueblo también. Nos
preocupamos por las víctimas y no estamos satisfechos con ayudas asistenciales.
No nos basta con la desmovilización en el 2005 de 594 paramilitares. Sabemos
que El Salado era un pueblo próspero y que de las 7000 personas que vivían
allí, tan sólo han vuelto 750. Sabemos además que más de 3000 desplazados
siguen esperando en medio de la marginalidad el cumplimiento de las
obligaciones del Estado. Sabemos además, las potencialidades del pueblo del
Salado, su unión, su fortaleza y nuestra intención con este producto es
decirles que no están solos y menos en el olvido, que hay personas que aunque
desconocidas para ustedes, los recuerdan y trabajan por el bienestar de las
mayorías populares.Referencias:
Gaborit, M. (2006) Memoria
histórica: Relato desde las víctimas. En: Revista Pensamiento Psicológico 2(6), pp. 7-20.
Gaborit, M. (2006),
Memorias de la Cátedra Internacional Ignacio Martín Baró,Recordar
para vivir: El papel de la memoria dolorida en la transformación del imaginario
social y de la identidad. Pontificia Universidad Javeriana
Bogotá. (2006)
Documental El Salado: Rostro de una Masacre.
miércoles, 23 de abril de 2014
martes, 22 de abril de 2014
El Salado
El Salado es un corregimiento que se encuentra ubicado en El Carmen del Bolívar, localizada en la Costa Caribe de Colombia. Igualmente, a El Salado se le conoce como la capital tabaquera del Caribe debido a que esta era el principal método de obtención económica de la zona y porque fue aquí conde se comenzó cultivar y a procesar el tabaco.
Asimismo, la región Montes de María es considerada como una extensión de la Serranía de San Jerónimo de la Cordillera occidental, ubicado hacia la zona central de Bolívar y Sucre en el Caribe colombiano. Esta región es conformada básicamente por quince municipios dentro de los cuales se destacan Córdoba, el Guamo y San Jacinto , entre otros.
Esta zona geográfica del Caribe colombiano está dividida en tres zonas geográficas, la primera correspondiente a una zona plana ubicada entre la carretera Troncal de Occidente y el río Magdalena. Aquí el principal mecanismo de subsidio económico hace referencia a la ganadería y la explotación maderera. La segunda zona corresponde a una zona montañosa ubicada entre la carretera Transversal del caribe y la troncal de Occidente, zona donde la economía campesina tuvo un auge significativo. Por último, la tercera zona corresponde a la franja del litoral localizada hacia el occidente en el Golfo de Morrosquillo (San Onofre).
Con respecto a las tabaqueras de esta zona, salieron de El Salado en el año 1997 luego de la masacre de dicho año en marzo, sin embargo, el cultivo de tabaco no concluyó en dicho momento ya que sus habitantes continuaron con la producción del tabaco y lo comercializaron en el corregimiento de El Carmen Bolívar. Este hecho generó un deterioro notable en la economía de la región debido a que dicha comercialización se llevó a cabo a través de intermediarios.
lunes, 21 de abril de 2014
La masacre
Las
masacres son una modalidad de violencia, con un claro y contundente impacto en
la sociedad civil. La masacre de El Salado ocurrida entre el 16 y 21 de febrero
del 2000, es considerada como una de las escaladas de violencia más sangrienta
y notoria, ejecutada por los paramilitares en Colombia entre 1999 y 2001.
Durante este lapso de tiempo, en la región de Montes de María hubo 42 masacres,
que dejaron más de 354 víctimas. Estos eventos fueron percibidos como una
marcha triunfal por parte de los paramilitares (Machado, et al., 2009).
Durante
la masacre, 450 paramilitares llegaron al territorio, los helicópteros
sobrevolaban la zona, los pobladores habían sido concentrados forzosamente y en
general, el corregimiento había sido encerrado.
La
masacre del Salado ha sido considerada como una estrategia paramilitar, cuyo
objetivo presunto era alcanzar mayor control sobre el territorio y la
población, haciendo uso de la violencia y el consecuente terror. Esta
estrategia paramilitar comienza a gestarse en los años noventa, con masacres
como la de Trujillo (Machado, et al.,
2009).
Esta
masacre fue planeada en su gran totalidad en la finca conocida como El Avión la
cual se encontraba ubicada en Sabanas de San Ángel en el departamento de
Magdalena. En este lugar se llevó a cabo toda la organización intelectual y fue
realizada por los cabecillas paramilitares pertenecientes al Bloque Norte,
dentro de los que se encontraban
Salvatore Mancuso y Rodrigo Tovar Pupo, alias “Jorge 40” al igual que
por John Henao alias “H2” (Machado, et al.,
2009).
De
igual forma, este tenebroso acontecimiento de barbarie e inhumanidad fue
efectuado por alrededor de 450 paramilitares los cuales estaban separados en
tres grupos diferentes, el primero que se encargó de irrumpir por el municipio
de San Pedro en dirección a los corregimientos Canutal, Canutalito y zonas
rurales del corregimiento de Flor de Monte los cuales tienen comunicación con
el casco urbano del corregimiento El Salado.
El
segundo grupo estaba bajo las órdenes de Édgar Córdoba Trujillo, alias “Cinco
Siete” e incursionó por los lados de Zambrano, municipio que se comunica con El Salado. El tercer
grupo llegó hasta la zona de la masacre por la vía comunicante entre El Salado
y el casco urbano de El Carmen de Bolívar. Este último grupo estaba comandado
por Luis Francisco Robles alias “Amaury” (Machado, et al.,
2009).
La
masacre de El Salado se dice que ocurrió entre el día 18 y 19 de febrero de 2000,
pero en realidad y con base a diferentes pruebas y declaraciones de las
víctimas, se puede afirmar que dicha masacre ocurrió durante el 16 y el 21 de
febrero de 2000 en los municipios de El Carmen de Bolívar, en el corregimiento
El Salado, Sitio Loma de las Vaca y en la vereda El Balguero (Machado, et al., 2009).
Se
dice que durante investigaciones se encontraron 60 víctimas fatales, de las
cuales 52 eran hombre y el resto mujeres,
de los que 3 víctimas eran menores de edad, así como 12 jóvenes entre
los 18 y los 25 años de edad y 10 adultos jóvenes entres 26 y 35 años, entre
otros. Como si fuera poco, se encontró registro que durante la masacre no
solamente hubo víctimas fatales (muertos), sino que también hubo víctimas de
abuso sexual en el corregimiento de El Salado
y una de daño de bien ajeno en la vereda Bajo Grande en el municipio de
Ovejas (Machado, et al., 2009).
Durante
todos estos días se realizaron asesinatos macabros que fueron descritos por
innumerables testigos tales como el hijo de Eliseo Torres, quien narró cómo
asesinaron a su papá y explica que fue degollado y torturado. Como este hay
muchos casos que caracterizaron esta masacre por su crueldad, por ejemplo narra
uno de los paramilitares capturados que asesinaban jóvenes por el simple hecho
de llevar un tatuaje religioso bajo la disculpa de que era guerrillero, así como
torturaron a niñas al amarrarlas sin darles ningún tipo de alimento hasta que
agonizaran y murieran.
Todos
estos hechos demuestran la barbarie de hechos que fueron cometidos en esta zona
del país y la manera en que estos grupos al margen de la ley cometieron
crímenes de los cuales muchos no han sido reconocidos hoy en día y que incluso,
durante la masacre se vieron irregularidades por parte de la fuerza pública
para contrarrestar dichos crímenes (Machado, et al.,
2009).
Relata
el texto que “ los paramilitares no les
permitieron a los sobrevivientes recoger y sepultar a sus muertos: No les bastó
con pisotear la dignidad de las víctimas con las torturas, las atrocidades, los
insultos y los gritos” (Machado, et al.,
2009).
Como
si fuese poco, esta masacre también se caracterizó por convertirse en un espectáculo
público en done se exhibían como “trofeos” las víctimas y las crueldades de
cada uno de los accidentados se daba a luz a través de un toque de una tambora
o a través de música en equipos de sonido que los paramilitares iban prendiendo
en las tiendas y en las casas saqueadas.
Igualmente,
dentro de las manifestaciones de la crueldad que hubo durante esta masacre se
tiene un amplio espectro de los diferentes métodos de tortura y matanza que
fueron utilizados por estos grupos al margen de la ley. Entre ellos encontramos
desde el uso de cuchillos y armas blancas, hasta uso de sierras eléctricas y
motosierras para torturar a las víctimas (Machado, et al.,
2009).
El Salado, se ha convertido en una marca social por las
dinámicas de conflicto, pues ha dado paso al suplicio corporal. Asimismo,
elementos como la masacre y la tortura constituyen dichas operaciones asesinas
como la ocurrida en el Salado. En este caso, la mayoría de los crímenes
cometidos en este corregimiento fueron llevados a cabo en la plaza pública solo
con la intención de que cada uno de sus habitantes pudiera presenciarlos para
que finalmente, todos fueran juzgados y castigados por presuntas
complicidades. Así, esta masacre
representa un encuentro entre el poder absoluto y la impotencia absoluta entre
los paramilitares y campesinos respectivamente (Machado, et al., 2009).
De esta manera, se puede decir que el sentido de terror por la
tortura estaba relacionado mas con el caso de omnipotencia de los paramilitares
con el propósito de castigar a la población por cualquier gesto de colaboración
con la insurgencia provocando su revolución
y evacuación masiva.
Como se mencionó anteriormente, los paramilitares adquirieron un
poder dominante y de omnipresencia logrando estigmatizar a las víctimas de El
Salado frente a la guerrilla sin ninguna exigencia ética o política.
Por otro lado, las secuelas que han dejado estos grupos armados
han sido muchas, puesto que han desaparecido poblaciones enteras, han dejado
casas abandonadas, empresas en la ruinas, actividades agrícolas suspendidas,
comunidades aniquiladas, entre otras. Por ende, durante esta masacre, no fue la
palabra lo que primo, sino el silencio. El silencio como una opción de procesar
el duelo pero también utilizado como una estrategia de sobrevivencia por lo
amenazados que estaban cada uno de los campesinos (Machado, et al., 2009).
Es así entonces como la masacre de El Salado, ha sido conocida
desde hace 14 años como un acontecimiento de grandes violaciones a los derechos
y principios humanos fundamentales de la vida de cada ser humano. En este
sentido, es importante aclarar que los conflictos armados están respaldados por
los derechos internacionales humanitarios, que son un conjunto de normas y
acuerdos entre Estados que limitan sus efectos y protegen a las personas que
participaban en los combates. Tienen aplicación obligatoria por parte de los
gobiernos y ejércitos en momentos de conflictos armados. De este modo, a masacres
como esta, no se puede ver solo desde una perspectiva individual y comunitaria
sino también desde las implicaciones e impactos que desbordó en el ámbito
privado y social.
DERECHOS INTERNACIONALES HUMANITARIOS
domingo, 20 de abril de 2014
Contextualización
La región de Montes de María fue un lugar clave para la
movilización campesina en los setentas, razón por la cual estuvo en la mira de
los grupos guerrilleros como el Ejercito Popular de Liberación, el Partido
Revolucionario de los Trabajadores y las FARC. La guerrilla intenta amistarse
con la región, supliendo vacíos institucionales, pero finalmente no logra ni
proveer servicios ni protegerla; en últimas no logra consolidar un vínculo
duradero con las comunidades, pues sus objetivos no tenían en cuenta las
preocupaciones y necesidades del corregimiento. Lo que si logró la presencia de
los grupos armados insurgentes en El Salado, fue que la población fuera
estigmatizada como subversiva, lo que sumado a su ubicación geoestratégica, los
dejó en medio del fuego cruzado entre los paramilitares y las FARC. Los
paramilitares los acusaban de guerrilleros, la guerrilla de “paracos” y para
terminar de agravar la situación, las autoridades estatales desconfían de ellos
(Machado, et al., 2009).
Las relaciones entre los grupos armados y los pobladores del corregimiento, oscilan entre la
convergencia (por principios, instrumental o estratégica) y el sometimiento. Incluso, es difícil pensar en la posibilidad de que las personas pueden elegir colaborar o no con el grupo armado, pues la sumisión por miedo o la pasividad por miedo son en general lo que ocurre.
El hecho de que en un mismo territorio, esté la población
y los grupos armados, ha contribuido a que exista la denominación de
“guerrilleros de civil”. Esto hace que la comunidad se vuelva blanco militar y
que sea excluida o segregada de la población colombiana. Esto no sucedió
solamente con El Salado y los paramilitares, la misma lógica se replica con la
guerrilla, cuando se acusan y enjuician a los “presuntos colaboradores” (Machado, et al., 2009).
El estigma es una de las consecuencias atroces de las
acciones bélicas, ya que propicia que las personas sospechen de estas
comunidades, lo que se evidencia, en expresiones populares como “por algo será”
o “algo habrá hecho”. La eficacia del estigma puede llevar incluso a que la
población se autoincrimine, creyéndose culpable y responsable de su propia
tragedia. Por último, el estigma también permite que el grupo armado desdibuje
las fronteras entre ellos y la población indefensa y de esta manera legitimar
la violencia. Lo más grave es que para ser estigmatizado basta con estar en la
ruta de alguno de estos grupos insurgentes; de esta manera, muchos pueden ser
los pueblos que se vuelvan en aliados forzosos, o en enemigos (caso en el que
el grupo insurgente, seguramente los aniquilaría). Es esta una de las razones
por la que muchos pueblos han desaparecido de Colombia (Machado, et al., 2009).
El peligro es que la sociedad llegue a aceptar este tipo
de eventos frívolos bajo diferentes excusas, por ejemplo, considerar que era
necesario para la pacificación. Pareciera entonces que las víctimas de estos
eventos no fueran considerados miembros importantes de Colombia, pues al final,
su muerte y sufrimiento parece aceptable.
“Si el estigma está en los orígenes de la masacre, su
remoción es uno de los imperativos de la reparación” (Machado, et al., 2009, p. 13).
Mientras los paramilitares estaban en El Salado era muy difícil deshacerse de
su estigma; pero ahora la memoria es el recurso para restablecer la dignidad de
estas personas. El Estado juega un papel protagónico en desmontar la sospecha
que existió y sigue existiendo sobre la población saladera, ya que agentes o
instituciones del gobierno contribuyeron a la propagación del estigma antes y
después de la masacre.
viernes, 18 de abril de 2014
Análisis
Como
se ha mencionado, la masacre de El Salado constituyó uno de los actos más
atroces realizado por los paramilitares, en donde se cometieron degollamientos,
decapitaciones, violaciones y torturas a campesinos indefensos. Para acentuar
más la frialdad de estos acontecimientos, retomaremos las palabras de Ricardo
Silva Romero, en el especial que realizó para El Tiempo, en el cual escribe
“Fue en esta cancha de piedra en donde los verdugos
jugaron fútbol con las cabezas de las víctimas, celebraron cada ejecución con
tambores y gaitas y acordeones, y dejaron que los cerdos de la plaza hicieran
lo que les diera la gana con los muertos. En este lugar, que alguna vez fue un
árbol, degollaron a una muchacha porque sí. Entre ese hermoso monte de enfrente,
que va a estar ahí cuando ni usted ni yo estemos en la vida, una niña moribunda
le dijo a una vecina “abrázame como me abrazaba mi mamá”. Por este cielo, bajo
un sol que no da tregua, cruzó un helicóptero disparándoles a los techos de
todos. Esta es la esquina en donde uno de los jefes sentenció: “aquí nadie va a
quedar vivo, aquí a todos los vamos a matar”. Acá un soldado gritó “¿y las
mujeres qué?: ¿se van a salvar?”, mientras se secaba el sudor con el dorso de
la mano. Y allí el niño paramilitar les dijo a sus comandantes “yo quiero
matar”, y le concedieron su deseo” (2013)
La masacre de El Salado, en palabras de Ignacio Martín
Baro puede ser considerada como una manera frívola de alcanzar un objetivo
haciendo uso de la fuerza y no de la razón. Dicha masacre representó la
victoria de los paramilitares, su marcha triunfal, fue la manera que utilizaron
para proclamar su control sobre el territorio (es importante recordar que el
Salado era un lugar clave y en la mira de varios grupos armados insurgentes). La
violencia fue usada de manera instrumental, bajo el supuesto de que haciendo
uso de la agresión contra los campesinos, conseguirían lo pretendido.
Ignacio Martín Baró (2000), plantea algunas
características de la guerra, que pueden ser extrapoladas a situaciones de
violencia extrema como la masacre de El Salado. Una de esas características es la
polarización, esa distancia extrema entre los grupos, que imposibilita la
convivencia y acentúa el conflicto. En el caso de El Salado era evidente, la distancia
que existía entre paramilitares y campesinos. Los paramilitares eran para los
campesinos “ellos”, unos seres completamente diferentes a ellos mismos
“nosotros”. Siendo “ellos” los malos y “nosotros” los buenos.
El concepto de polarización puede explicar la razón por
la que los paramilitares aunque en un primer momento quisieron amistarse con
los saladeros y proveerles todo aquello que las instituciones le negaban, no lo
lograron.
También la polarización explica porque los paramilitares
fueron capaces de hacer tantas atrocidades, ya que, consideraban al otro, como
un ser diferente a ellos y en cierto modo lo deshumanizaban para poder cometer
semejante barbarie. Esto se evidencia en las palabras de Salvatore Mancuso y
“El Tigre” (citados en Machado, et al.,
2009) quienes consideran el degollamiento como una táctica
para matar al enemigo, e incluso afirman que los muertos de la masacre fueron
“muertos normales”. La visión del otro como un enemigo, implica toda una visión
partidista de la realidad, a la vez, implica que se asume que el grupo propio
tiene la razón y el derecho sobre la vida de los “otros”.
La polarización está presente por parte de los
paramilitares y por parte de los campesinos. El siguiente testimonio evidencia
la representación que tiene una niña campesina de las AUC como aquellos que
matan:
[...]
iba pasando el Ejército y las niñas están sentadas en la puerta, y salen
corriendo “abuelita, abuelita”, “qué mamita”, “mira, ahí vienen los que matan”,
“no mamita, no”, “sí, sí, esos fueron los que mataron”, como eran niñas, ellas
pensaban que el Ejército eran los mismos que habían sido los de acá, como
vestían casi igual, “esos son los que matan”, “no, no mamita”
El problema principal de la polarización social es que no
permite construir un puente entre ambos grupos que de paso a la paz. De esta
forma, el conflicto sigue la escalada de la violencia, acentuando cada vez más
las posiciones ideológicas radicalmente opuestas.
Otra característica descrita por Ignacio Martín Baró (2000)
es la mentira, la cual también se evidencia en la masacre, por ejemplo en el
hecho de que los paramilitares nunca han reconocido lo sucedido como una
masacre sino como un combate y luego como una operación militar (Machado, et al., 2009). Además,
la mayoría afirman no haber participado de lo ocurrido, ya que según ellos
permanecieron en el cerco paramilitar en el cerro del Monte.
La mentira no sólo se ve por parte de este grupo, sino
también en las tergiversaciones de la realidad en manos de los medios de comunicación
lo cual impidió tener una visión más objetiva de los hechos. Esto es claro por
ejemplo, en la dificultad que hubo para saber exactamente en que días ocurrió
la masacre, como se comentó anteriormente.
Quisiéramos retomar algunos datos, para evidenciar que en
la masacre de El Salado también es evidente la mentira institucionalizada. Es
necesario entenderla como el ocultamiento sistemático de la realidad (Martín
Baró, 2000). Se crea entonces una versión oficial de los hechos, propugnada por
figuras de poder, y difundida por los medios de comunicación.
En el 2011, el presidente Santos escoge al Salado para el
plan piloto de restitución de tierras entregando a 63 familias del
corregimiento, títulos de propiedad. Durante esta entrega, el mandatariopide
perdón a las víctimas diciendo “Les pido perdón a nombre del Estado y de toda
la sociedad. Esas masacres nunca han debido suceder. Hubo omisión por parte del
Estado y todo tipo de falencias, como las hubo durante tanto tiempo"(El Tiempo, 2011).
Estas palabras implican que Santos reconoce la omisión del gobierno durante la
masacre, y afirma que el gobierno ya está al mando de la situación,
comprometido con la defensa de los derechos humanos. Sin embargo, varios
autores, entre ellos (Machado, et al.,
2009) y un informe realizado por El Espectador (2009) afirman
que un número muy pequeño de los paramilitares implicados han sido condenados,
y ni siquiera Carlos Castaño que reconoció su responsabilidad en la masacre fue
ajusticiado por el Estado Colombiano.
Además, uno de los problemas de la mentira
institucionalizada, es que cuando aparecen versiones diferentes a la oficial,
no se les presta atención e incluso se les olvida. Hay que mencionar también
que las personas que van en contra de la versión oficial son considerados como
subversivos.
Lo que si es cierto es que la masacre dejó al Salado en
la pobreza total: acabó con sus animales que representaban alimento y/o
mercancía y con sus cultivos. El testimonio presentado por (Machado, et al., 2009) ejemplifica lo dicho anteriormente:
Este
era un pueblo que tenía, aquí había plata, éste era el pueblo que surtía a El
Carmen de Bolívar, por eso es que El Carmen de Bolívar está así de muerto como
está, porque aquí alisaban tabaco, aquí sembraban ajonjolí, aquí sembraban
algodón, aquí la gente tenía plata, aquí había plata [...] Aquí fuera que El
Carmen tuviera agua, aquí ya han hecho unos pozos en la parte de debajo del
colegio, que estaba capacitado para darle el agua a El Carmen, y ya nosotros
habíamos hecho aquí un acuerdo con El Carmen, que ellos nos colocaban la
carretera y nosotros les dábamos el agua, nosotros teníamos el agua, eso estaba
andando ya cuando entraron los paramilitares [...]
Retomando a Ignacio Martín Baró (2000) es posible afirmar
que todo este conflicto bélico, no sólo tuvo impacto socioeconómico en El
Salado, sino también un fuerte impacto psicológico en las víctimas (trauma
psicosocial).
Es importante recordar que para Martín-Baró tanto la salud
mental, como los trastornos mentales tienen su causa en el campo social, es
decir, no se reducen a condiciones individuales, sino que por el contrario, son
el fruto de un contexto socio histórico tan complejo que el sujeto no es capaz
de manejar y que lo llevan a actuar de una manera que socialmente no es
aceptada. En este sentido, tanto la salud mental como los trastornos mentales se
entienden como “configuraciones donde confluyen diversos aspectos de la vida
humana” (Martín-Baró, 2000, p.26), como formas de estar en el mundo e incluso
de configurar el mundo.
El
trauma psicosocial, en palabras de Martín Baró (2000), es “la cristalización traumática en las
personas y grupos de las relaciones sociales deshumanizadas” (Martín Baró,
2000, p. 65). Según (Machado, et al.,
2009) cuando las victimas retornaron al pueblo, y lo
encontraron en ruinas, recordaron todo lo sucedido y se produjo en ellos una
tensión crónica que desembocó en problemas de salud y en la alteración de sus comportamientos
“normales” Desde los planteamientos de Martín-Baró diríamos que la afectación
psíquica de las víctimas fue producto de todo este contexto de violencia
extrema que les tocó vivir, de los sentimientos de impotencia que
experimentaron, la angustia, el pánico vivido, entre otros. Todas estas
circunstancias terminan siendo traumáticas para las personas, ya que acaban con
confianzas básicas transgrediendo creencias, valores y presupuestos de la
convivencia. Estas consecuencias psicológicas se expresan generalmente
como alteraciones del sueño, trastornos alimenticios, depresión, aislamiento,
hiperactividad, desgano, entre otros (Machado, et al.,
2009). Quisiéramos resaltar el testimonio de una de las
victimas para ejemplificar el impacto psicológico que tuvo la masacre en las
víctimas:
[…] el
mayor que tenemos por ahí también, duró casi un mes que no conocía ni a uno,
vamos a decir, se traumatizó, sonaba cualquiera vaina y él pensaba que era
eso... él tiene 14 años... [...] Aquí duró una psicóloga tratándolo 22 días,
eso no podía oír ni el jalado de una puerta porque enseguida se metía debajo de
la cama [...] (Machado, et al.,
2009, p. 165-166)
Si se analizara este testimonio, viendo a la persona
aislada de su medio, tal vez, desde la psicopatología se podrían evidenciar
ciertos rasgos paranoides, sin embargo, desde los planteamientos de Martín Baró
(2000) estas son secuelas de experiencias muy fuertes, como la masacre.
Igualmente, las consecuencias de la masacre no fueron
sólo a nivel individual, existe un deterioro colectivo que se evidencia por
ejemplo, en el estado de fragilidad en el que quedaron las relaciones humanas,
la perdida del liderazgo comunitario (se asesinan los líderes comunitarios,
como la profesora Dora Torres y el presidente de la junta de Acción Comunal)y
el desplazamiento forzado de saladeros. En (Machado, et al., 2009) se señala que “El
desplazamiento forzado ha sido una experiencia central para las víctimas
sobrevivientes: Después de la masacre se organizaron para abandonar el pueblo
en un éxodo de 4.000 personas, de las cuales sólo han regresado 730, es decir,
uno de cada cinco” (pág. 149)
Con la masacre se acaba la cotidianidad de las personas,
esa rutina que brinda seguridad y estabilidad; pero más grave aun, es que
también se acaba la identidad colectiva, aquello que los identificaba como los
saladeros, y los hacia ser parte de un todo cohesionado. Los autores (Machado, et al., 2009) señalan que la fiesta y la música fueron una
de las prácticas más afectadas, siendo hoy en día el Salado un pueblo
silencioso, que ha perdido la capacidad de expresar su alegría.
Las consecuencias de la mascare no sólo fueron las
inmediatas, sino también las que hoy en día siguen siendo presentes. Por
ejemplo, el estigma que aun carga la población saladera, a quien se le acusa de
“paracos” o de guerrilleros.
Sin embargo, estas situaciones de crisis también pueden
tener consecuencias positivas, ya que en ocasiones cuando las personas se
enfrentan a situaciones límite sacan de sí lo mejor y dan grandes saltos
evolutivos. Esto se evidencia por ejemplo en la configuración de “Mujeres
Unidas de El Salado”, una organización comunitaria que llevó a que las mujeres
asumieran una postura de liderazgo en la vida pública. (Machado, et al., 2009).
Ante este panorama, ¿cuál es nuestro rol como
profesionales? En primer lugar los planteamiento de Ignacio Martín Baró(2000) nos
invitan a crear modelos adecuados a la especificidad de nuestro contexto:
conocer a profundidad la realidad de nuestros pueblos. Esto implica trascender
la mentira institucionalizada para poder ver la realidad. Otro punto importante
a tener en cuenta en cualquier proyecto que propongamos es recordar que la
salud mental se gesta en el seno de las relaciones sociales, por ello, nuestro
foco debe estar en promover relaciones más humanizadoras, lazos y vínculos más
fraternales, en donde el todo esté completamente cohesionado y en armonía con
las partes.
La decisión de los saladeros de poner sumemoria en la escena pública,
construida desde la doble condición de víctimas y ciudadanos, debe ser valorada
entonces como una interpelación a la sociedad a reconocer y reconocerse en lo
sucedido, y a solidarizarse y movilizarse por las demandas de verdad, justicia
y reparación de las víctimas de esta masacre inenarrable.
La sociedad, en primer término, debe construir lazos de
solidaridad con las víctimas, pero también desentrañar los mecanismos a través
de los cuales se hace el victimario.
Es preciso reconocer que los torturadores y los asesinos no son
parte de un mundo ajeno al nuestro, sino sujetos que hacen parte de nuestros
propios órdenes políticos y culturales.
En el actual contexto colombiano, las víctimas cumplen un rol
innegable como actores políticos. Los trabajos sobre la memoria sirven de
alguna manera de plataforma de enunciación de demandas regionales, étnicas, de
género y de grupos específicos de víctimas.
La reconstrucción de la comunidad política rota por la violencia
sólo es posible mediante el reconocimiento de que efectivamente, en comunidades
como la de El Salado, “la vida ha sido amenazada, devaluada y destruida en determinados
contextos históricos y políticos con efectos devastadores sobre la sociedad”.
La memoria del conflicto armado en Colombia se plantea como una
necesidad y obligación social con las víctimas, con la reconstrucción de la
comunidad política y con la reconfiguración del sistema democrático. Este
informe, es la reconstrucción de la masacre desde la perspectiva de las
víctimas, tiene precisamente como uno de sus principales objetivos aportar
elementos para el acceso pleno de la comunidad saladera a la tríada indisoluble
de verdad, justicia y reparación, es decir las condiciones esenciales para el
restablecimiento de su dignidad.
Además de todo lo anteriormente
mencionado y siguiendo esta misma línea de análisis, la masacre de El Salado en
Colombia representó un hecho de crimen atroz que puede ser analizado desde el
texto La violencia política y la guerra como
causas del trauma psicosocial en El Salvador.
En este texto, Igancio Martín
Baró (2000), contextualiza la problemática llevada a cabo durante la guerra
civil en El Salvador y describe y analiza detalladamente dicho acontecimiento
desde los puntos de vista mencionados previamente, por lo que es menester
compararlos para poder entender más a fondo la matanza de El Salado desde
dichos puntos.
En un principio, Baró propone
el hecho y lo que supone cualquier tipo de guerra en cualquier contexto y
ubicación geográfica. En otras palabras, el autor establece que "los estudios de la psicología sobre la guerra
tienden a encontrarse predominantemente en dos áreas", y que uno de
ellos corresponde a "un aspecto
de la guerra de gran importancia y que debe ser analizado por la psicología
social: [es] su carácter definidor del
todo social. Por su propia dinámica, una guerra tiende a convertirse en el
fenómeno más elogante de la realidad de un país, el proceso dominante al que
tienen que supeditarse los demás procesos sociales, económicos, políticos y
culturales y que, de manera directa o indirecta, afecta a todos los miembros de
una sociedad". (Baró, 2000,
p.71)
Si ponemos en contexto dicho
análisis con la matanza de El Salado podemos establecer que si bien este ha
sido uno de los muchos ejemplos de barbaries que han ocurrido en Colombia a
raíz de El Conflicto Armado que se viene incursionando por más de cincuenta
años, este representa un fragmento de lo que es para hoy en día para Colombia
la problemática más importante de nuestras políticas sociales y de los planes
de desarrollo en nuestro país. Por lo tanto, si analizamos en contexto dicha
matanza, podemos ver que este no representa únicamente una mancha negra en la
historia de nuestro país, sino que también nos muestra cómo hechos como este
son aquellos que no permiten que los diferentes proyectos sociales, económicos
y políticos estén alejados de combatir dicho flagelo (Baró, 2000).
Asimismo, el autor nos
propone la manera en que el conflicto armado de El Salvador generó una
polarización social en dicho país y nos introduce el hecho de que a raíz de
estos combates que surgen entre diferentes bandos (ejércitos militares), la
población adopta cierto grado de polarización
frente a determinado grupo. Esto es, algo muy similar a lo que ocurre en
Colombia y no es más que lo que se ve reflejado durante dicho crimen en El
Salado, debido a que muchos de los subversivos pertenecientes a las cuadrillas
del grupo paramilitar asesinaban con el pretexto de que los otros pertenecían a
grupos guerrilleros (Baró, 2000).
Sin embargo, según Baró "En el análisis de 1894 se indicaba que el grado de polarización social de la población salvadoreña había tocado techo y que se observan signos significativos de despolarizarse, es decir, esfuerzos conscientes de algunos grupos y sectores por desidentificarse respecto a ambos contendientes (Baró, 2000, p. 71). Este hecho quizás se podría traer en contexto a la realidad actual de Colombia en donde los esfuerzos por lograr esta despolarización han sido insuficientes y se puede evidenciar no solo con El Salado en donde se asesinaron campesinos inocentes bajo el pretexto de ser "guerrilleros" sino que también en situaciones tan simples como las barras bravas del Fútbol Colombiano; marco que ha generado una amplia polarización por parte de las barras y que en la actualidad se busca romper esas barreras y culminar con la violencia.
De igual forma, el autor
analiza la problemática salvadoreña desde el punto de vista de la mentira institucionalista, en donde
se utiliza el "ocultamiento
sistemático de la realidad" (p.73) como característica fundamental
en la guerra. En dichos patrones donde se trata de buscar y elaborar una
versión "oficial" de los hechos se ve tergiversada la realidad de la
situación, y este aspecto es de suma importancia a la hora de analizar la
barbarie ocurrida en el Salado en donde no solamente hubo una polarización de
las partes sino que a la vez, dependiendo del grupo al que se le realizara un
interrogatorio de los hechos, se podían encontrar verdades y explicaciones al
porqué de esta matanza completamente diferentes. Incluso las declaraciones
dadas por la fuerza pública no coincidían con aquellas dadas por los testigos y
sobrevivientes al crimen (Baró, 2000).
Asimismo, la mentira
institucionalista tiene una característica descrita muy claramente por el
autor, en donde establece que "Un
elemento adicional de mentira lo constituye el grado de corrupción que ha
permeado progresiva y aceleradamente a los diversos organismos estatales y a
los nuevos funcionarios democristianos" (Martín-Baró, 2000, p.74). Esto
no es más que una clara descripción de la problemática actual en nuestro país
no solo con esta matanza, sino con el día a día con el que lidia Colombia desde
que se sumergió en este Conflicto Armado hace más de 50 años, ya que el Salado
no es más que un acontecimiento de los miles que han ocurrido en nuestro país.
Igualmente, el autor analiza
la violencia del 84 en El Salvador, y en este punto toca aspectos de suma
relevancia y los cuales pueden servir para analizar lo ocurrido en El Salado.
Por ejemplo, el autor realiza descripciones de cómo ocurrió la violencia bélica
en dicho país y cuáles fueron las características de estos acontecimientos. Sin
embargo, en este apartado difiere un poco con lo ocurrido con El Salado.
Si nos remitimos al hecho de
El salado podemos ver que el hecho de que hayan habido actos previamente
organizados para realizar la matanza (por parte de los cabecillas) y que los
asesinos incursionaron por diferentes flancos y que este hecho se caracterizó
por un máximo de acciones militares, podemos comparar que a pesar de que ambas
circunstancias generan impacto a nivel social desde los puntos previamente
tratados, en el momento de remitirnos a la naturaleza de las acciones bélicas
hay cierto grado de diferencias entre ellos.
Por último, Baró trata dicha
problemática desde el punto de vista del trauma
psicosocial, y para ello establece los diferentes niveles del trauma
psicosocial; el de la guerra, como deshumanización y la cristalización de las
relaciones sociales.
En las tres dimensiones Baró
(2000) es enfático en establecer que la guerra de El Salvador trajo consigo
repercusiones en la personalidad de los ciudadanos y que dicha guerra generó un
impacto en la manera de actual de la población salvadoreña. Dentro del marco
del trauma psicosocial de la guerra, el autor trata de explicar las
"heridas" o a las malas experiencias que dejo la guerra a los
ciudadanos salvadoreños: "(...)
se utiliza el término nada usual de trauma psicosocial para enfatizar el
carácter esencialmente dialéctico de la herida causada por la vivencia
prolongada de una guerra como la que se da en El Salvador." (p.77).
Si bien La masacre de El
salado duró mucho menos que la guerra salvadoreña, también representó un trauma
psicosocial y una heridas y cambios en el comportamiento de los ciudadanos de
dicha vereda, ya que en ambas circunstancias hubo actos de barbarie que
generaron efectos según la vivencia de cada individuo, pues, el hecho de ver
asesinar a su padre podría suponer un trauma mucho mayor que al saber que fue
asesinado y no vivirlo en carne propia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)