La región de Montes de María fue un lugar clave para la
movilización campesina en los setentas, razón por la cual estuvo en la mira de
los grupos guerrilleros como el Ejercito Popular de Liberación, el Partido
Revolucionario de los Trabajadores y las FARC. La guerrilla intenta amistarse
con la región, supliendo vacíos institucionales, pero finalmente no logra ni
proveer servicios ni protegerla; en últimas no logra consolidar un vínculo
duradero con las comunidades, pues sus objetivos no tenían en cuenta las
preocupaciones y necesidades del corregimiento. Lo que si logró la presencia de
los grupos armados insurgentes en El Salado, fue que la población fuera
estigmatizada como subversiva, lo que sumado a su ubicación geoestratégica, los
dejó en medio del fuego cruzado entre los paramilitares y las FARC. Los
paramilitares los acusaban de guerrilleros, la guerrilla de “paracos” y para
terminar de agravar la situación, las autoridades estatales desconfían de ellos
(Machado, et al., 2009).
Las relaciones entre los grupos armados y los pobladores del corregimiento, oscilan entre la
convergencia (por principios, instrumental o estratégica) y el sometimiento. Incluso, es difícil pensar en la posibilidad de que las personas pueden elegir colaborar o no con el grupo armado, pues la sumisión por miedo o la pasividad por miedo son en general lo que ocurre.
El hecho de que en un mismo territorio, esté la población
y los grupos armados, ha contribuido a que exista la denominación de
“guerrilleros de civil”. Esto hace que la comunidad se vuelva blanco militar y
que sea excluida o segregada de la población colombiana. Esto no sucedió
solamente con El Salado y los paramilitares, la misma lógica se replica con la
guerrilla, cuando se acusan y enjuician a los “presuntos colaboradores” (Machado, et al., 2009).
El estigma es una de las consecuencias atroces de las
acciones bélicas, ya que propicia que las personas sospechen de estas
comunidades, lo que se evidencia, en expresiones populares como “por algo será”
o “algo habrá hecho”. La eficacia del estigma puede llevar incluso a que la
población se autoincrimine, creyéndose culpable y responsable de su propia
tragedia. Por último, el estigma también permite que el grupo armado desdibuje
las fronteras entre ellos y la población indefensa y de esta manera legitimar
la violencia. Lo más grave es que para ser estigmatizado basta con estar en la
ruta de alguno de estos grupos insurgentes; de esta manera, muchos pueden ser
los pueblos que se vuelvan en aliados forzosos, o en enemigos (caso en el que
el grupo insurgente, seguramente los aniquilaría). Es esta una de las razones
por la que muchos pueblos han desaparecido de Colombia (Machado, et al., 2009).
El peligro es que la sociedad llegue a aceptar este tipo
de eventos frívolos bajo diferentes excusas, por ejemplo, considerar que era
necesario para la pacificación. Pareciera entonces que las víctimas de estos
eventos no fueran considerados miembros importantes de Colombia, pues al final,
su muerte y sufrimiento parece aceptable.
“Si el estigma está en los orígenes de la masacre, su
remoción es uno de los imperativos de la reparación” (Machado, et al., 2009, p. 13).
Mientras los paramilitares estaban en El Salado era muy difícil deshacerse de
su estigma; pero ahora la memoria es el recurso para restablecer la dignidad de
estas personas. El Estado juega un papel protagónico en desmontar la sospecha
que existió y sigue existiendo sobre la población saladera, ya que agentes o
instituciones del gobierno contribuyeron a la propagación del estigma antes y
después de la masacre.
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